El primer faro no fue tal sino una serie de hogueras en la zona más saliente de los cabos. Los hombres aún vivían en imperfectas arquitecturas que transformaban poco a poco. Así mismo amparaban las endebles edificaciones que iban a más con agrupaciones horizontales de piedra que las cercaban. Se sentían protegidos de enemigos reales y de la adversidad de sus miedos.
También fueron diseñando frágiles embarcaciones que no podían alejarse en exceso del litoral. La audacia no bastaba para sobrevivir y muchos perecían, apenas se alejaban pocas millas mar adentro sin saber volver o retornando a ciegas hacia la fatalidad. Alguien dijo: ¿y si levantamos una construcción elevada desde donde se otee el horizonte? ¿Y si nuestros arriesgados hombres que se aventuran en el océano pueden estar más seguros al retornar a casa con una referencia que les guíe? Pero alguien, más prudente, dijo: Apenas sabemos poner piedra sobre piedra en las hileras de nuestras murallas, sin exceder la altura posible, ¿y quieres que hagamos un montículo con las piedras? ¿Cómo íbamos a conseguir subirlas? Otro de la aldea, menos osado todavía y más temeroso, añadió: Además, desafiaríamos al cielo, y ya tenemos demasiados males como para provocar más las iras de las nubes y los seres poderosos que las habitan. Pero aquel vecino tan decidido volvió a insistir: Pues entonces que nadie salga a explorar el mundo, que nadie nos traiga aquellas materias ricas que a veces hemos probado o intercambiado, y si salen que la suerte les favorezca pues de lo contrario nuestra aldea se diezmará y los supervivientes hambrientos tendrán que emigrar. Si no ayudamos a nuestros hombres de mar pereceremos todos. Debemos ver la manera de llevar las hogueras más altas y protegerlas contra el viento y la lluvia. Los habitantes se hallaban divididos y no todos razonaban. A unos les podía un complejo de impotencia, a otros las falsas creencias, a otros el desinterés.
Fue uno de los hombres más endurecidos por la experiencia del océano, que había sobrevivido a las catástrofes en varias ocasiones, el que expuso su criterio: Solo quienes hemos arriesgado la vida y conocemos las dificultades de la navegación podemos exigir vuestro esfuerzo y probablemente el sacrificio. Diseñaremos entre todos un altillo de rocas y en la parte superior dejaremos unas aberturas por donde salga la luz de la hoguera, así las demás piedras la protegerán. Uno dijo: Y si vamos a tener dificultad para levantar esa elevación, ¿cómo podríamos llegar hasta la hoguera cuando se apague? Pero la obcecación del hombre que había navegado no tenía límite: Eso lo iremos descubriendo sobre la marcha, solo empezando se sigue; solo continuando se avanza; solo avanzando lograremos el objetivo, respondió el curtido navegante. A todos les pareció un estímulo su manera de hablar. Y las miradas de aquel grupo de hombres y mujeres y ancianos y niños y animales domésticos prendieron como diminutas hogueras de esperanza. Entonces todos los que habían dudado o disentido de la idea, porque entonces aún ni siquiera era proyecto, cedieron en sus posiciones timoratas. El hombre de mar aprovechó la ocasión y dijo en tono convincente: pongámonos manos a la obra.
Jugador de la oca: Si a pesar de las luces que avisan de la costa próxima te golpeas contra las rocas o aún peor contra los farallones es que estás ciego. Corrige tu defecto visual y sigue tu camino con el objetivo de la luz de la razón que te ilumine.
(Ilustración de Artemio Rodríguez)