miércoles, 20 de septiembre de 2017

38. El líder




Munén, el más docto de la tribu superior de los antropoides habló de la siguiente manera. Agitó varias veces el brazo izquierdo, extendió su índice desarrollado, lo alzó indicando el cielo, lo extendió hacia la concurrencia, señaló el suelo. Todos los movimientos los ejecutaba rítmicamente y con afán imperativo. Con una de sus extremidades se sostenía en el principio de la sujeción  y con la otra ratificaba cuanto decía su brazo todopoderoso y hablador. Porque la mímica era lenguaje desarrollado y efectivo entre aquella especie que subía y descendía de las alturas con el mayor dominio y comodidad. Al concluir la disertación de gestos el público primate se agitó en las ramas, danzó sobre el suelo, golpeó los troncos de los árboles en señal de reconocimiento y satisfacción por lo visto y, en menor medida, captado.

Uno de los asistentes destacó un dedo con timidez, un apéndice más bien corto y, a través de ademanes y pausas, preguntó por qué no utilizaba el brazo que siempre mantenía colgado el predicador, como mano tonta, sin ejercitar con ella. Lo tengo reservado para grandes designios, respondió el líder en el mismo idioma, es decir, extendiendo hacia el horizonte el brazo izquierdo, agitando la palma velluda y elevándola lentamente en dirección al sol. Entonces, todos los monos que, aun pertenecientes al mismo género que el sabio, se limitaban a seguir las instrucciones y órdenes que el sumo hacedor proponía, abrieron al unísono la boca y la dejaron de par en par un buen rato. Era el gesto por el que demostraban su pasmo ante el saber del dirigente y ofrecían acatamiento a cuantos consejos y mandatos recibieran de él.

Otro de los enfervorizados espectadores, animado por el ejemplo anterior, se decidió a preguntar. Moviendo una de las manos varias veces deseaba saber qué era eso de los designios y que si tal invento les iba a facilitar la vida. Esta vez el jefe no respondió. Se le encendieron los ojos, gruñó un instante e hizo un ademán con su cabeza a dos corpulentos primates que se hallaban junto a él. Estos bajaron de sus ramas y separaron de la tribu al imprudente que había preguntado. Luego se lo llevaron lejos y todos se miraron comprendiendo que le esperaba un destino poco amable. El líder se recompuso, gruñó varias veces para impetrar silencio y con gran espectacularidad dirigió la mano tonta en dirección a la masa. Algunos quieren saberlo todo, dijo con aquel movimiento impositivo de la mano. La concurrencia, como un solo mono, agachó la cabeza en señal de sumisión.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)  


2 comentarios:

  1. Cesar Millán, el adiestrador de perros más popular en t.v. no deja de repetir que para que un perro sea feliz debe sentirse "seguidor" y reconocer a l humano como jefe de la manada.
    Ojito que en las manadas de antropoides, no en las canidas, siempre aparecerá algun "list@" que no mueve un pelo y después traiciona en su favor.

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    1. La metáfora sirve y va más allá de la realidad lineal.

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