domingo, 12 de noviembre de 2017

y 63. El último dado



Bien, jugador, ya has llegado a la tierra prometida. ¿O es el paraíso perdido? ¿O se trata del jardín de las delicias? ¿O solamente y sin pretensiones mayores a la parcela soñada? Mira que digo que has llegado, no que has ganado, pues salvo que consideres la carrera como una competición contigo mismo o contra ti o a pesar de ti (las variaciones son muchas) lo que es seguro es que si perseveras en la existencia sin rajarte habrás alcanzado alguna clase de fantasía que te compense.

El último dado te ha colocado en la casilla idónea y te has librado del castigo de iniciar de nuevo la partida. Porque no deseas emprenderla de nuevo, ¿verdad? Al menos no con las mismas trampas, condenas, falsas promesas y golpes quebradizos sobre tu cuerpo, ¿no es así? Pero ¿quién puede elegir el juego considerándose a salvo de lo que son las manifestaciones de la materia de que estamos hechos los humanos? Y sin embargo, un alma lúdica te impulsa, nos impulsa a todos, a volver a intentar contra reloj el juego para evitar las pérdidas, saltar sobre los abismos, alcanzar lo que no conocimos, desprendernos de las maldades, asegurarnos briznas de bienestar que se van desgajando de nuestra piel.

Míralo como quieras. El Juego de la Oca de Artemio Rodríguez te hizo simular múltiples posibilidades, jugador. Fácil que seas el que corre a la vera de la gran bocanada energética del cráter o el que se apoya a la sombra del árbol de la sabiduría. ¿Todo acabó, que diría el poeta? El juego está abierto, que vocea el crupier. 



(Ilustración de Artemio Rodríguez)

sábado, 11 de noviembre de 2017

62. El fabuloso pez serpiente dragón




En una de sus múltiples manifestaciones el pez serpiente dragón emerge una y otra vez para intentar que se abran las puertas del paraíso. Este ente nunca habita más allá del umbral. Salpica las olas de los acantilados, azuzando la movilidad permanente del universo, pues el edén está rodeado de inaccesibles roquedales. Se desliza entre las piedras más profundas e íntimas, manteniendo el don de la sabiduría, sin traspasar jamás los cimientos de la ciudad deseada. Intenta alzarse ardoroso y esbelto por encima de los muros del jardín prometido, convirtiendo en calor el aire frío, pero a cada palmo que su cabeza levanta el muro de ilusiones de la otra parte se erige más alto. El ser trinitario dispone de todos los elementos de la naturaleza menos uno, del cual siempre se habla y nunca fue hallado, el de la felicidad. Las leyendas dicen que esta es la vida ordinaria en el territorio a alcanzar, sin que se sepa de nadie que haya logrado habitarlo. 

El fabuloso monstruo de las tres propiedades que son trescientas o trescientas mil, a medida que desarrolla sus facultades, atiende a los innumerables hombres que insisten una y otra vez en su empeño de ir más allá del cerco de las ensoñaciones. No habiendo testimonio alguno de que individuos del suelo terrenal hayan conocido la felicidad el pez serpiente dragón se muestra benévolo y consolador con cuanto humano llega hasta él en medio de súplicas. Hago todo lo que puedo, dice el pez serpiente dragón a los perdidos humanos, pero mis habilidades y recursos terminan siempre a la orilla del anhelo. Lo único que puedo procurar por vosotros, les dice, es que algún día seáis como yo.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)

miércoles, 8 de noviembre de 2017

61. ¡Así que esta fue la carrera!




En el sprint próximo a la meta un ángel oportunista le propone al ciclista una trampa. Para que llegue cuanto antes. Te empujo sin que nos vea nadie y, a cambio, me reconoces como cómplice. Pero el dorsal sudoroso, ajado y casi esquelético no lo acepta. ¿Por qué tanta prisa por terminar la carrera? Tal vez no es urgencia sino solamente cansancio. Y sentido de cumplir la misión en la que se embarcó sin proponérselo, porque le embarcaron. Y la modesta satisfacción que, no obstante, para cada corredor tiene un significado elevado. Llegar al final, sin haberse retirado de manera precipitada en una etapa, sin descalabros que le descalificasen, sin apartarse del recorrido marcado por la organización biológica es todo un triunfo. Entonces, restando importancia al ángel que, cual espectador espontáneo salió a dar un empujón al atleta, pero al que no debe el esfuerzo del aliento último, el corredor alza las manos. Victoria por haber corrido. Victoria por haber resistido. Victoria por haber superado la gymkana. Victoria por demostrar que lo pequeño hace lo grande. Victoria por descubrir que el misterio no era otra cosa sino la pista por la que deslicé mi vida, piensa. 

Una dosis de escepticismo y perplejidad últimos hace que el corredor exclame al borde del abandono justo y definitivo: ¡Así que esta fue la carrera!



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


martes, 7 de noviembre de 2017

60. Ella, la única



Ella está siempre allí. Caminante que llega, caminante al que da la bienvenida con alegría. Viajero que se va, viajero que es despedido con agradecimiento. ¿Y el individuo que se queda? Es atendido con toda la cortesía y condescendencia que se merece. No se trata de una imagen estática ni de un reclamo publicitario. Ella es lo que cada transeúnte quiera que sea. Si éste pide con bondad, ella concede. Si exige con malas formas, ella da margen para que corrija. Si anda perdido, ella le propone direcciones para que se oriente. Si vive en una nube de euforia, ella le pone en el suelo con amabilidad. Si le invade la bilis del odio, ella le proporciona un bálsamo. Si no ve, ella hace de lazarillo. Si está privado de amor, ella le envuelve en ternura. Si flaquea, ella le recompone. Si se hastía, ella le conduce al otro lado del lago. Ella está siempre allí. Lo que cada uno  quiera que esté.

Jugador, juega con placer y satisfacción todos tus años, y procura hacerlos buenos, pues la única contrapartida que ella te reclama es que la disfrutes. No hay otra vida, sino ella.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


domingo, 5 de noviembre de 2017

59. El vuelo ausente



El vuelo de las aves pacíficas se efectúa lejos del volcán. En las laderas de éste no hay vegetación y los pájaros la necesitan para sus quehaceres domésticos. La vida de los hombres se desliza entre el curso del fuego oculto y sus manifestaciones incontroladas. Como algo ajeno a las fuerzas secretas e inesperadas los hombres labran el cotidiano mensaje de bienestar con sus manos y su talento. Hasta que un día una erupción o un temblor intenso o una invasión de otros hombres desde la parte del mar o atravesando lo que que consideraban cordillera inaccesible da al traste con tanto esfuerzo y, sobre todo, con la aparente seguridad que se había instalado en sus ciudades y territorios. Entonces el vuelo amable de las aves y el dibujo de su enfilamiento, como de danza, en el cielo desaparece. La enseña de los tiempos de paz deja de ser la compañía tranquila y ensoñadora de los habitantes. No construyen las aves sus nidos en espadañas ni en torreones ni siquiera en aleros. No se escuchan cantos de amanecer ni los gorjeos del día que se apaga. Se instala la espiral del humo. El humo de la llama más profunda, el humo de la aldea que arde, el humo del fogonazo de los guerreros. En ese momento los hombres se miran unos a otros, perplejos. No logran explicarse cómo les ha podido pasar aquello. Llevaban un tiempo inmemorial, que apenas casi nadie registraba, sin ningún conflicto, sin ninguna peste, sin ningún dolor, sin apenas llanto. Creían conocerse entre sí, pensaban que la violencia telúrica era cosa de leyenda, que las extrañas construcciones que flotaban sobre el mar respondían a una narración antigua, nunca comprobada, que los pueblos de lejanas extensiones, que habían permanecido contenidos, estaban al igual que ellos a las tareas de la supervivencia. Que el suelo, en fin, era eternamente firme. Ya era tarde para planear nada. Tenían que reaccionar sobre la marcha y la consigna era clara. Quien se salve, que recuerde. Quien recuerde, que prevea. Solo de esa manera podrían volver las aves al nuevo territorio de la nueva vida.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)

viernes, 3 de noviembre de 2017

58. Mi viva imagen




Una vez conocí a una calavera que jamás había tenido carne puesta. Nunca me he ocultado tras un cuerpo, me dijo en voz baja. Y eso que me han dado a elegir muchas veces. Me han ofrecido un rostro ingenuo, otro seductor, otro convincente. Me ofrecían tonos luminosos de pelo, pieles tersas, músculos de sonrisa fácil, frentes amplias o carrillos regordetes. Pero no me decidí por ninguno, todos me parecían máscaras. No me lo creo, le dije yo, porque salta a la vista ordinariamente que una calavera es tal después de la carne, nunca antes. Pero cuando una calavera te habla con tranquilidad y no sabes si te cuenta sus penas o sus alegrías, ya que las calaveras conocen ambas situaciones emocionales, tienes al menos que escucharla. Yo insistí. Una calavera es lo que queda tras haberse eliminado la piel, perdidos los ojos, desechos los músculos y los tendones, fugado el cabello y aniquilado las ternillas. Sí, sí, me respondió ella mientras ambos tomábamos unos vasos de mezcal. Eso me dicen las calaveras que han tenido una cara. Pero lo mío, una de dos, o es una mala ventura o se trata de algo que aún tengo pendiente de experimentar. Deja la puerta abierta a las posibilidades, le dije para animarla. Aunque ella no estaba deprimida en absoluto porque para estar desanimado hay que tener una referencia anterior que luego se pierde. Y, como si adivinara mi pensamiento, la calavera insistió con voz prudente: yo no sé qué es perder, porque tampoco sé qué es tener. Nací calavera, me mantengo calavera, moriré calavera. Entonces me di cuenta de que su papel era como el del reflejo en un arroyo manso o como la reproducción en un cristal. Que estaba puesta ahí para que cada viajero de la vida se contemplara en ella o como el fogonazo de una foto instantánea no del pasado sino del futuro. A uno le cuesta imaginarse como tú, aunque se adelgace hasta extremos que solo la vejez depara, le dije. Pero la calavera sonrió sombría, como era su costumbre. ¿A que te has dado cuenta de que soy tu viva imagen?, me soltó al despedirnos.




(Ilustración de Artemio Rodríguez)


martes, 31 de octubre de 2017

57. El pez híbrido




A aquel pez le habían contado que en el mundo de las palmípedas existía el patito feo. Pero aunque veía desde su mirada sumergida en el estanque el chapoteo de cisnes, patos, gansos y otros moradores de superficie, no llegaba a comprender cómo podía haber fealdad en medio de tanta belleza. Él mismo no se consideraba feo, sino solamente raro. Y no raro únicamente por la disposición bipolar de su cuerpo, que alejaba a la mayoría de los otros peces, sino porque se consideraba ingenuamente superior a ellos. Se desplazaba sometido a dos posibilidades. Podía caminar sobre el fondo y cuando se cansaba se dejaba conducir a través de la inercia refleja de las aletas. Era uno de esos seres híbridos extraordinarios que acumulan más propiedades que los animales comunes, pero que son poco entendidos por cuantos les rodean. Sin embargo su condición aparentemente ventajosa no era práctica. Si los demás peces nadaban a él le costaba seguir su ritmo. Y si él pretendía caminar no era seguido por aquellos que no estaban provistos del apoyo de unas extremidades. Vivía en una situación que le volvía no solo incomprendido sino solitario y marginado. Pero contra el destino nada podía hacer. 

Jugador, la ventaja no siempre es favorable. Los medios de que se dispone no garantizan el futuro. Cuida los recursos con los que te ha dotado la naturaleza y echa el dado antes de que te invada el desasosiego.



(Ilustración de Artemio Rodríguez) 


domingo, 29 de octubre de 2017

56. El brujo y el hombre desdichado




Casi todo el mundo recurría al brujo para cualquier cosa, menos un hombre cuya vida acumulaba más desdichas que el resto de sus vecinos. Tú que lo necesitas más que nadie ¿por qué no acudes a él? le decían. Para qué voy a ir, respondía, si lo que viene mal dado no tiene cura, por mucho que lo intente. Lo que nadie sabía era que las desgracias que se cebaban en aquel hombre se las había traspasado el brujo.

Había un pacto secreto entre el brujo y el hombre desdichado. Tú sobrellevas las cargas que yo vaya quitando a los vecinos que vienen a verme, le propuso el brujo, y a cambio hago lo posible por que tu vida sea larga. El hombre había aceptado el ofrecimiento, pensando que vivir por vivir siempre es un aliciente, aunque le sucedan las cosas más inesperadas y calamitosas. Cuando las cargas que le iban cayendo eran livianas, del tipo de una deslealtad conyugal, el hombre lo soportaba bien. Nadie debe padecer sino lo justo por la intromisión de un hombre o una mujer nuevos en la vida del otro. No hay que ver gravedad en esa clase de asunto, hay situaciones más desventuradas. Pero cuando un mal de salud que padeciera algún vecino le era trasladado a él a través de la acción del brujo, el hombre del pacto no levantaba cabeza, se recluía en su casa, blasfemaba todo el rato y sentía la opresión y la agudeza del mal como el mismo vecino al que el brujo había aliviado. Solo desaparecía en él aquella situación cuando el vecino enfermo se moría, porque el brujo sustraía los efectos de la enfermedad, pero no la reducía a cero. No tenía poder sobre la muerte. 

Cierto día el hombre desdichado sintió una opresión que le recorría de pies a cabeza, sin saber si era consecuencia del deterioro de sus órganos o malestar de sus emociones. Si se tocaba en alguna zona intermedia se producía una mezcla de dolor y de angustia que iba en aumento. Si alejaba sus manos del cuerpo le parecía que perdía la sensibilidad. Si se detenía un rato no era capaz de ponerse en marcha de nuevo. Cuando recurría al pensamiento para poner en orden sus días percibía un vacío, como si su mente se hubiera desalojado de todo tipo de recursos. No entendía que pudiera cronificar tantos padecimientos a la vez. Puesto que se sabía mantenedor de un convenio con el brujo se reunió con él para indagar si se trataba de un mal delegado desde otra persona o era algo incubado por él mismo. El brujo, sorprendido, le dijo que precisamente los últimos días no había acudido nadie a consultarle y que no sabía qué decirle. Entonces el brujo temió que el hombre desgraciado hubiera iniciado el camino de la muerte y se sintió benévolo. No puedo permitir que además de lo que le ocurre, discurrió para sí, se ceben en él nuevas preocupaciones o enfermedades de otras gentes. Te exonero del pacto que hicimos, le dijo al hombre. No te aseguro una vejez larga pero al menos dejarás de verte afectado por dolencias y perversiones que no sean las tuyas propias. Al pronto, el hombre que había hecho con el brujo aquel extraño pacto sintió que recuperaba su bienestar anterior, no obstante el desgaste de los años. Ahora podré venir a visitarle libremente si algo me va mal, le comentó al brujo. Ven cuando quieras, le respondió éste, pero no te garantizo que la desgracia que traigas contigo se la pueda cargar a otro. No importa, dijo el hombre, he estado tan agobiado de cargar con los problemas ajenos que el cuerpo me pide sentir los propios. Así veré la diferencia.

Este pobre hombre no sabe que no hay grandes diferencias en el dolor y la angustia de los hombres, pensó el brujo. Y esbozó una sonrisa ácida mientras su antiguo aliado se daba la vuelta.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


sábado, 28 de octubre de 2017

55. El hombre de las espinas




¿Quién dijo que la vida era un camino espinoso? Aquel hombre que vivió tantos años en el pedregal siempre había dicho que no era árido el suelo sino fértil. Se convirtió en abanderado del paisaje. Recorría toda su superficie de sol a sol, se alimentaba de la raíz tierna a la que solamente él sabía llegar, se echaba la siesta a la sombra de un cactus gigante, inspeccionaba cada planta, registraba cada especie, cuantificaba las crecidas y las que iban naciendo. No había secretos para él y la amplia familia de cactáceas se le entregaban con sumo placer. Biznagas, cactus, echeverias, nopales, chumberas, nada se le resistía en su afán por reconocer la belleza que perseguía no solo en su porte sino en su configuración oculta. Cuando las aves que todo lo supervisan y catan se le acercaban solían mantenerse en la prudente y reconocida distancia que un rey exige del mundo que le rodea. Si acechaba una tormenta buscaba el saliente de una roca, se empequeñecía como un lagarto y permanecía a la espera de que capease la llovizna. 

Al empezar a hablarse en la región de aquella especie de hombre cactus hubo personas que intentaron localizarlo. Las plantas le ponían en aviso si se acercaba algún explorador y él se transformaba acoplándose a la planta que tuviera a su alcance. Cuantos le buscaron regresaron sin información de su existencia real, pero la gente siguió comentando. Puesto que lo que los hombres no llegan a ver lo traducen en leyenda o rumor los habitantes de las zonas desérticas restaron importancia a la supuesta existencia de aquel ser híbrido y especial. No obstante, las madres lo utilizaban de excusa para impedir que los niños, incluso los adolescentes, se alejaran en exceso de su aldea. No vayas más allá de la linde del pueblo, les decían, puedes convertirte en un hombre de las espinas. Sin embargo hubo casos de jóvenes, anhelantes de aventuras y prosperidad, que se aventuraron. Nunca volvieron. De ellos se contaba que el hombre espinoso les había capturado o que las cactáceas les habían clavado sus afiladas garras para nutrirse con sus humores núbiles. Cuando en una ocasión una madre que ya se había olvidado del hijo recibió una carta desde New York pensó que era una broma. Ni se inmutó.




(Ilustración de Artemio Rodríguez)



viernes, 27 de octubre de 2017

54. Apresuramiento




Cuanto más cerca estás de la meta más quieres correr. ¿Sirve de algo tanta presura? ¿Tanto te obsesiona la llegada? ¿Acaso no has entendido todavía que cuando llegues será el fin? ¿Crees que llegar te hará vencedor, si bien es obvio que el tiempo es el que nos vence? Dirás: pero es el juego lo que nos atrae. En ese caso, repítelo cuantas veces desees, y no temas los obstáculos ni los fantasmas ni los monstruos ni los hombres que encarnan la dificultad. Al fin y al cabo también se pueden superar, pero no olvides jamás que la última casilla del juego es el misterio de la nada, donde tus fantasías se disolverán.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


miércoles, 25 de octubre de 2017

53. Los matemáticos sofistas




En la disputa bizantina que mantuvieron dos matemáticos ambos coincidieron en la cifra mediada, no en el total. Así uno decía que tres era la mitad de seis y el otro que seis era el doble de tres. Éste segundo matemático insistía: además mi teoría es creciente mientras la tuya es disminuyente. Pero desde el valor de la cifra abstracta eso no cuenta, le respondía el otro. Pero desde la aplicación concreta es revolucionaria. Mira la Bolsa. También es regresiva, aseveró el matemático opuesto, y ello cuenta gravemente en el parqué.  Con ello pretendían demostrar que una operación no desbarata por sí misma el valor de la cifra. Tan pretendidamente ardua conclusión dejaba en evidencia a cada una de las dos partes en litigio por separado, pero si se tenían en cuenta la una a la otra la capacidad operativa satisfacía a ambas. La solución o, mejor dicho, la decisión se la ofreció el perro. Soy de cada uno de vosotros, les dijo, pero porque ambos me compartís. Ni me podéis partir por la mitad y quedaros cada uno con una parte, porque ya no sería perro, sino destrozo en descomposición, ni yo voy a optar ni por el más guapo ni por el más feo. Desde ese día los dos matemáticos decidieron trabajar juntos. Sólo se separaban para hacer funcionar sus cerebros, pero las conclusiones que iban obteniendo uno se las regalaba a otro. Siempre se me han dado bien las matemáticas, y no las he aprendido precisamente de estos hombres, pensó el perro dando saltos y moviendo el rabo con alegría.

No anheles, jugador, por las buenas que te salga un punto determinado que hayas calculado que te puede permitir ganar, pues la matemática del azar suele ser más exacta que tu deseo.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)
   

lunes, 23 de octubre de 2017

52. El penado, los nobles y el abad



A veces la bondad se encarcela. Y la belleza también, dijo el abad rebelde de Saint-Martin des Conques Braves en la ceremonia de la Pascua. A nadie se le ocurriría decir que en las prisiones están los buenos. Pero ¿quién nos dice que a pesar del acto que ha llevado a un hombre a penar no se trata de un ser que ama cuanto roza la belleza? ¿Es el acto delictivo que ha cometido lo que invalida su personalidad sensible? ¿Cómo puede condenarse a un individuo también a no reconocerle el interés que pudo tener por la estética, el aprecio por los seres humanos necesitados y su gesto generoso y amable con los vecinos? 

El templo permaneció mudo. En las primeras filas de la iglesia, donde se sientan ordinariamente los privilegiados, se suscitaron algunos murmullos roncos. Aquellas preguntas del abad dolieron a la congregación de fieles que no ignoraban que uno de los vecinos de la comarca, el joven Philippe de la Haine, apodado Dangereux, había dado muerte en un acto de venganza al noble Michel Antoine de la Bretagne, conde de Nantes. No es verdad que dolieran a todos los asistentes a la Pascua, sino más bien a la familia allegada del difunto, a los otros nobles del reino y a los siervos dependientes de él, por la cuenta que les tenía. El abad continuó con tono vigoroso. No temáis, hermanos míos, mi hermosa grey de creyentes, no voy a exonerar del crimen al joven Philippe, pero sí quiero dejar a salvo su capacidad de entrega a la comunidad y su especial y exquisito gusto por cuanto en esta vida suscita admiración, contemplación y amor. Si la ley ha decidido su condena ¿quién soy yo para oponerme? Los nobles y altos clérigos de la región se relajaron en sus solios. Varios afirmaron con la cabeza alegrándose de que el abad de Saint-Martin des Conques Braves, no obstante su fama conflictiva con la autoridad civil, admitiera no solo los hechos sino que se inclinara ante el creciente poder de los nobles y del rey.

Rezaré por el joven reo, y se postró de rodillas, actitud que alarmó a los nobles más avisados. Y entonces su voz tronó. Oraré no solo por él sino por todos vosotros, que sois potencialmente culpables de delinquir unos, delincuentes manifiestos otros, aunque nunca se os aplicará la ley, asesinos manchados de sangre varios más, ladrones de bienes de los humildes y cómplices del mal la mayoría. Mirad que no digo fríamente que sois pecadores, algo que sería inocuo, y cuyo sentido apenas nos aflige a nadie hoy día. Suplicaré, y acabó echado sobre la lápida de la tumba del anterior abad, en el presbiterio, no para que os salvéis, porque sé de sobra que eso es imposible, sino para que os condenéis en esta vida.

La treintena de nobles que escucharon atónitos las palabras del abad se levantaron al unísono, produciéndose un ruido considerable de movimiento de cuerpos desplazados, sitiales corridos y espadas desenfundadas. 

A estas alturas de nuestro siglo moderno aún no se decide Roma a incorporar al santoral la figura de aquel abad. No obstante hay gente de la zona que desde antiguo recuerda y reza -¿qué es una plegaria sino un bello recuerdo?- al que llaman el Santo Abad. A secas, por si acaso.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


viernes, 20 de octubre de 2017

51. El rugido de la fiera y el lord inglés




Según un viejo cuento oral de los Ao Lai, que habitaron la región thai bañada por el Mekong,  los tigres de las zonas más profundas de la manigua manifestaban una extraña relación con los fenómenos naturales. Así, cuando se desataba una tormenta los animales se mostraban primero cohibidos, buscando refugio, a veces inútilmente, para luego enloquecer en apariencia y a continuación ponerse a dar furibundos rugidos a diestro y siniestro. La leyenda aclara, o es su interpretación, que los animales se crecían con un instinto inteligente, casi racional, plantando cara a los truenos y a los relámpagos con su voz estruendosa, dirigiendo zarpazos al aire y en ocasiones agitando los troncos de aquellos árboles más débiles, a los que desgajaban su corteza. Que no se cruzara entonces en su camino de mal humor ningún otro bicho de la selva porque, si bien se respetaban territorios, la circunstancia del temporal provocaba que cualquier otra especie fuera vista por los tigres como componente de la furia desatada del cielo. 

Los depredadores humanos que trataban de hacerse con las piezas más valiosas de tigres para su cautividad o para exponer la piel en las mansiones lujosas de la metrópoli colonial, procuraban ponerse a salvo ante la proximidad de una tormenta. Uno de aquellos cazadores, el orgulloso británico Lord Edward James, bien inducido por el whisky de la noche o por la chulería propia de quien se sabe con buenas rentas en su país de origen decidió salir en busca del animal en un amanecer que alboreó calmo y que acabó cubriéndose de nubes amenazantes. Se despistó a propósito del resto de la expedición y se arriesgó a emprender la aventura en solitario para mayor gloria de su narración futura entre las gentes de la buena sociedad londinense. 

Permaneció desaparecido cuatro días. Todos le daban por muerto, cuando un thai de la zona lo halló desnudo, con el cuerpo magullado, la cabellera desigual, la barba crecida, dando saltos sobre el suelo cargado de humedad. No serían sino huellas consecuentes y normales de haber pasado a la intemperie tantas horas, si no hubiera sido que el bueno de Lord Edward James no paraba de emitir rugidos, golpear su cabeza contra los troncos y dar manotazos por doquier, mientras danzaba frenético. Tuvieron que atraparle con una red, como a los animales más salvajes. Cuando le preguntaban qué le había pasado, dónde había estado o qué había visto, él solo respondía con rugidos de mayor tono y con gestos desesperados de alta intensidad.

Lord Edward James estuvo internado en un hospital importante de Pattaya. Cuentan que se repuso de los desperfectos visibles de su cuerpo, que logró hablar normalmente y cuando fue dado de alta no se advertía muestra alguna de su metamorfosis anterior. Salvo en una circunstancia. Bajo ningún concepto debía permanecer en el lugar donde se produjera una tormenta. Por lo que siempre tuvo un vehículo a su disposición, dispuesto a ponerse en marcha y huir de la cruel naturaleza. Los malintencionados comentaban en el Parlamento del Imperio que un tigre se había apoderado de él, como experimento para adentrarse en el mundo de los humanos.

Si caes en esta casilla, jugador de la Oca de Artemio, y observas que viene un frente nuboso inquietante no demores tu partida. Salvo que prefieras arriesgar tu palabra por el rugido.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)




miércoles, 18 de octubre de 2017

50. De ave en ave (cuento erótico)




De ave en ave y tiro porque usted sabe. O debería saber, aunque la apuesta vital se oculta entre una cierta previsión y una rotunda conclusión, no se engañe, mon ami. Eso le dijo Madame La Mauvemaison a su último amor de provecho mientras ambos reposaban de sus ardientes ejercicios de pasión. Las aves incitan a vuelos terrestres con solo admirar su despliegue sobre nuestras cabezas. Y como  requería su estado de satisfacción al borde de otro de solicitación que le proporcionaba un tiempo para recuperarse, siguió hablando. De ahí suele decirse que vuela con la imaginación o voló demasiado alto si lo que pretendió realizar era excesivo y no lograba el objetivo o simplemente se dice vuela de una vez a quien se considera inmóvil o se habla del vuelo de las ideas o de cómo voló el dinero...Los vuelos de los pájaros proporcionan coartadas expresivas acertó a decir, en un alarde de demostración retórica, Monsieur de La Banque, potentado venido a menos desde que abandonó a su mujer, absorbido por la joven dama de aquella corte caduca y en riesgo de Luis XVI. Contigo me siento volar, le dijo la atractiva amante al enloquecido y galante varón observando si éste se recuperaba del desenfreno. A él le supo a gloria aquella frase, si bien ignoraba que anteriormente Madame La Mauvemaison la había practicado en su elegante lengua con otros caballeros, lacayos, sirvientes y criados de cuadra. ¿Me estás sugiriendo, querida, que deseas volar de nuevo?, insistió el incauto amante. Pero en aquel momento la puerta de la chambre se estaba abriendo y la dulce e inexperta Martine se asomaba y pedía disculpas mientras su faz sonrosada y su busto remarcado eran una provocación para los amantes del desastre del fin de la historia.



(Ilustración de Artemio Rodríguez) 

lunes, 16 de octubre de 2017

49. Albricias




Diríase que es el hombre triunfante. Aunque no lo es. Acaba de descubrir que para vivir ha nacido y acaso no está tan lejos de adoptar el disfraz que su condición social le exija. El hombre que se cree triunfante salta, da gritos discordes, ríe y llora alternativamente de emoción. Agita sus extremidades, con unas impulsa la velocidad del cuerpo, con las otras acompasa el ritmo. Su cuerpo entero es una exhibición a través de la cual va distinguiendo su propiedad principal: el ego. Su cabeza no da de sí todo lo que se espera de la cabeza de un hombre triunfante. De hecho, aún no le concede sino la apariencia de que algo situado sobre los hombros pretende regir una carrera indeterminada. El ego ya trabaja antes de que se edifique dentro de su testa el resto. Eso que los otros vivientes llaman la razón, el pensamiento lógico, el discurso, la causalidad y los efectos varios que se irá encontrando en su carrera cotidiana, entre otros conceptos. Así que el ego va sabiendo de alegrías pero también de disparates, de placeres instintivos pero también de dolores inesperados, de admisiones pero también de repulsiones. Por supuesto, el ego ya es suficientemente intenso como para desdeñar lo que no le gusta y para afianzarse en la dulzura del aire que respira a todas horas. Late el engaño, como suele suceder en todos los hombres, y no solo en el triunfante. Pensar que siempre va a ser así, que siempre va a vivir porque para eso nació. Si su clamor de guerra es ¡Albricias! dejémosle que disfrute. Hay algo que le disculpa de su pose soberbia. Su victoria de hombre naciente y triunfante no es todavía una victoria sobre otros o a costa de otros. En todo caso lo es sobre la naturaleza del vacío de donde proviene o sobre la capacidad de resistencia al territorio que llega. ¡Albricias!, hombre triunfante. Aprovecha ahora que no sospechas de lo que es  capaz la conjunción de los astros.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


sábado, 14 de octubre de 2017

48. El vuelo efímero




La idea fugaz tiene cuerpo escurridizo y alas que baten para un vuelo corto. La idea fugaz no va a establecer jamás un argumento ni a construir un relato. Su vida efímera la convierte en algo casi imperceptible. Pero si la idea pasajera sabes cogerla al vuelo, si algo de su belleza intrínseca te roza, tal vez sea algo más que un apunte. Hay ideas fugaces que son ciegas, otras apenas atisban una luz, otras, en fin, reclaman tu atención. Entonces retén su existencia un tiempo más. No dejes que se escurra de tus manos antes de que alguna palabra suya revele que está preñada de más palabras. Porque esa idea en tránsito, urgente, sorpresiva vuela sobre palabra y se nutre de otras palabras. Mantenla cerca lo justo y mira dentro de su vientre. Si te ofrece sus criaturas no dudes en adoptarlas. Luego, quieras o no, la idea fugaz se habrá diluido y tú deberás compensar a sus frutos. Así empieza la fuerza de una narración, dijo el anciano Abu-Al'sma-Wuhad a su nieto mientras le enseñaba a leer. ¿Y si la idea fugaz no llega o no me da tiempo a cogerla?, le respondió el niño. El anciano no dudó. A una idea fugaz siempre sucede otra, acaso no tan rápida. Y quién sabe si esa no será más rica.

¿Por qué te quedas ahí pasmado, jugador, si la idea no va a esperarte a ti? Prueba a volar como ella.



(Ilustración de Artemio Rodríguez) 

miércoles, 11 de octubre de 2017

47. El báculo




En la Suma Escuela de los Camaleones el Gran Maestro respondía las preguntas y aclaraba las dudas de los alumnos. ¿Cuál es el mejor color que debemos adoptar?, preguntaba el de la primera fila. El color que tengas más cercano, respondía el maestro. ¿Cómo debemos permanecer ante el peligro?, inquiría uno de más atrás. Con la misma actitud que tenga el peligro, dictaba el cátedro. ¿Qué cuerpo pondremos cuando otros cuerpos se aproximen a nosotros?, preguntó una camaleona. Observad ese cuerpo lo más meticulosamente posible y sed como él. Alzó la mano el alumno más torpe. Si nos cerca un animal agresivo, que no para y se agita constantemente, ¿debemos hacer lo  que hace él? No, dijo el enseñante, en ese instante aparentad que no estáis y os dejará por imposible. ¿Siempre saldremos airosos en cualquier circunstancia, maestro?, preguntó el más crítico, el que tenía fama de incordiar a la clase. Todos permanecieron atentos, esperando una solución que les confirmara seguridad. Siempre que obréis como camaleones pero sin que otros adviertan que lo sois, pontificó la autoridad. 

Entonces el Gran Maestro de la Suma Escuela de los Camaleones, acuciado por el esfuerzo de tener que explicar lo que la naturaleza otorga sin razonamientos, enderezó el cuerpo sobre su propio báculo y ante los ojos de sus alumnos se hizo invisible.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


domingo, 8 de octubre de 2017

46. La vorágine




En el reino de la humedad todo es un flujo constante, que no cesa. Mil especies se disputan la luz oblicua y otras mil sortean con diferente orientación las tinieblas. Hay peces de luz alta o media  y peces de la oscuridad más absoluta. No acaba de saberse cuántos son los que habitan las latitudes del silencio. Allá abajo la norma es la vorágine. Y el orden sigue unas premisas que en otros reinos no podrían comprenderse. También se sabe que unos peces se disfrazan de otros peces. Que hay peces que crecen y disminuyen para sortear los peligros. Que los hay que se revisten de coral o de roca para pasar desapercibidos. Que las algas juegan a desviar la marcha ya de por sí nerviosa e imparable de la barahúnda queda. Que las cavernas absorben y vomitan infinidad de especies como si un mago las sacara de su chistera. Que cada ciclo de equis años nuevas especies se hacen presentes mientras otras desaparecen. La belleza de los océanos fue la misma antes de la aparición del hombre y seguirá siendo aún más hermosa si cabe cuando desaparezca la especie que camina erecta sobre la tierra. Entonces, no serán ni más ni menos felices los habitantes de las profundidades de la humedad, pues tampoco sería de extrañar que apareciera una dominante entre todos ellos y les hicieran la vida, si no imposible, bastante limitada.

Sé pez por un rato mientras tu puño agita el dado. Luego suelta éste de un brinco para que no te pierdas en las dimensiones abisales desconocidas.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


sábado, 7 de octubre de 2017

45. Los de mirada torva




Hay individuos cuya mirada resulta inquietante, asustadiza. Te escudriñan, esperan fríamente tu reacción, adoptan un aire de superioridad, se expresan desde un pedestal, exigen sumisión a sus palabras. Si dices algo, te fuerzan a callar con nuevo verbo altivo. Si callas, exigen con arrogancia que les des la razón. Si disientes, incluso con recato, te hacen de menos y se ríen en tus narices. Si afirmas sus opiniones, te piden que les concedas más aquiescencia. Son como aves siniestras que a veces te encuentras por el camino pero que de verlas venir las evitas. 

Yo que tú, jugador, no me fiaría de la mirada torva de este nuevo pájaro que Artemio ha puesto a volar mientras persigues la jugada definitiva.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


viernes, 6 de octubre de 2017

44. El salvador




Diríase salido de un baile de carnaval. Pero yo fui el único testigo, al que nadie cree, por cierto. Aquel ser surgió desde el resplandor fatal y llegó corriendo hasta donde me escondía del gran trueno. Yo estaba atónito, no sé si por la catástrofe o por la aparición del hombrecillo de cuerpo remendado, pero desde el primer momento le consideré un salvador. Vete de aquí, yo detendré la gran llamarada, dijo con su lenguaje cifrado que traduje inmediatamente. Pero cómo, respondí. Sumérgete en un sueño, dijo. Apenas acerté a decirle que estaba demasiado excitado, que los nervios me rompían las entrañas y el pánico me inhabilitaba. Fue entonces cuando insistió. Podrás dormir, soplaré sobre ti y serás transportado lejos de este infierno. No recuerdo más. Aquí estoy, en un paisaje nuevo, aprendiendo a vivir como si siempre hubiera habitado este espacio. De dónde vengo, porque dicen que he llegado de otra parte, no recuerdo. Si fui otro no me interesa. Si la historia que me cuentan es cierta solamente pongo un inconveniente: me hubiera gustado más salvarme por mí mismo. Ni siquiera sabiéndome a salvo creo en los salvadores.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


martes, 3 de octubre de 2017

43. Venena flagranti




Venena flagranti o Pasionata venenata. De la especie de Motus motus. Es perenne y de difícil localización. No porque no se sepa dónde echa raíces, pues lo hace en todas partes, sino porque su aparición es repentina e imprevisible. Incluso cuando ha emergido de la entraña de la tierra aparenta ajamiento. Debido a la forma desgarbada que adquiere muchos que no la conocen la consideran mustia y, por lo tanto, una hierba salvaje que no aporta nada. En su anonimato está su triunfo. Solamente los campesinos más avezados en plantas y, sobre todo, en desdichas amorosas saben recolectarla a tiempo y actuar con ella. Estos mismos campesinos son altamente estimados por la población en general y, aunque no son ni doctores ni curanderos, se recurre a ellos para calmar las intemperancias de las pasiones. Las hojas de la Venena flagranti se multiplican en cada nivel superior, desdoblándose hacia todos los lados. Su forma lanceolada provoca que muchos la denominen vulgarmente los dardos del amor. Se toma en infusión, si la fiebre es persistente y ha llevado al paciente a estar postrado, o chupándola de manera persistente en la boca, si se trata de jóvenes que perciben latigazos repentinos pero que pueden soportar de pie. Se han producido casos de intoxicación, pero no se ha podido demostrar jamás que fuera debido a la planta en sí o a no respetar el tratamiento de manera adecuada. El botánico español del siglo XVIII Juan María de Larramendi y García de Azpalaza, que recorrió grandes extensiones de Sudamérica llegó a clasificar hasta diecisiete especies de dardos del amor. Los científicos actuales sospechan que existen muchas más variantes y, aun dotados de medios técnicos avanzados, no logran ajustarlas en nuevas categorías.

Jugador, no te quedes alelado ante la bella estructura de la planta y mucho menos ante los efectos que sospechas pueden tener sobre tus ardientes deseos. Es una planta de ver y no ver y te conviene dar el salto hacia otra casilla.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


domingo, 1 de octubre de 2017

42. El montículo de los recovecos




Visto desde lejos el montículo de Karmansur asemeja un zigurat. Barabán, geógrafo del siglo IV antes de nuestra era, ya la menciona como la ciudad de los recovecos. Incluso se habla de que fue habitada por una legión de artífices que no se sentían comprendidos en otras ciudades del reino de Selomán y decidieron fundar una urbe concebida expresamente para poder desarrollar en ella las creaciones que les viniera en gana. 

En contra de lo que se ha pensado en tiempos modernos, el arte no era inicialmente un ejercicio pacífico ni de entretenimiento. El arte era un uso y estaba al servicio de intereses de encargo, aunque siempre haya habido también manos y cerebros que expresaran por su cuenta y para su satisfacción visual. En la ciudad de los recovecos se habían recluido precisamente aquellos artífices que se sentían libres de compromisos, que no deseaban enriquecerse ni servir a señor alguno. Y que como mucho solo aplicaban su imaginación a trabajos que favorecieran el suministro para satisfacer las necesidades de los ciudadanos. 

No sucedía lo mismo con otros hacedores de técnicas e ingenios cuyas creaciones se ofrecían al mejor postor. Emperadores, ejércitos y mercaderes de armas solicitaban las obras de numerosos oficios que no eran aceptados en la ciudad que hubo en Karmansur. No se ha sabido jamás si fue por envidias entre artífices o para apoderarse de conocimientos o por iniciativa de gobernantes que esta otra clase de artistas decidieron organizar la invasión y toma del tranquilo núcleo de Karmansur. 

Deteniendo la actividad ordinaria e interrumpiendo el cumplimiento de los pedidos se pusieron en marcha hacia la ciudad de los artistas pacíficos pensando en el pronto retorno. Sus intenciones eran destruir aquellas obras de adorno que hallaran por el lugar, apoderarse de información y llevarse cautivos a los artistas más jóvenes, después de haber cortado las manos a los más experimentados. Pasaron varios días y las fuerzas vivas de las ciudades del reino de Selomán, principalmente las más activas y belicosas, empezaron a preocuparse porque no volvían sus artífices. Transcurrieron nuevas jornadas y toda la actividad industriosa y laboral de las urbes permanecía en situación crítica. Se organizó un ejército que diera con el paradero de Karmansur pero los geógrafos al servicio del rey y de los nobles de las ciudades estado no sabían con precisión dónde se hallaba situada la ciudad, por lo que el ejército tuvo que volver a su punto de partida. 

Nunca se desveló el misterio de qué fue del destacamento de artífices que había ido a apoderarse de Karmansur. ¿Se había extraviado por el desierto? ¿Les había salido al encuentro, cosa extraña, fuerzas de la pequeña ciudad porque ésta ya estuviera avisada de las intenciones funestas de sus enemigos? ¿Llegaron a penetrar en la ciudad y se perdieron entre sus recovecos, calles que subían de improviso o descendían por sorpresa hasta zonas hondas? ¿O hubo un pacto secreto entre creadores que habitaban allí y los que llegaban por el que estaban decididos a abolir todo signo de la utilización de la creación artística para actividades destructivas? 

No habiendo pruebas más concluyentes el asunto nos ha llegado como leyenda. Tú juega el dado y escapa antes de que se te cierre la salida del zigurat.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


lunes, 25 de septiembre de 2017

41. Ante la duda




Fue una toma fugaz. ¿Ave o pez?, se preguntaron al unísono los atónitos viandantes. Alguien comentó: vaya, un nuevo bicho híbrido. Otro: es un exponente más de la mezcla de especies. Y el señor que se ponía la mano de visera contra el sol para asegurarse de su plumaje, ¿o eran escamas?, dijo: por fin los seres fantásticos salieron del Apocalipsis para hacerse carne. Sin embargo fue tan escasa la gente que vio el acontecimiento de aquel vuelo ultra rápido que los testimonios no estaban claros. Tampoco la fotografía dilucidó el misterio. Había salido borrosa, el intento de atrapar el vuelo, ¿o fue una emersión?, resultó fallido. Ante la duda, dijo el fotógrafo ocasional al pequeño grupo de visionarios, olvidemos el incidente y que no cunda el bulo. Ya hay suficientes monstruos más allá y más acá de nosotros y no tenemos ninguna necesidad de catalogar uno nuevo. Salvo que se manifieste nítido y revolucione el panorama.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)






sábado, 23 de septiembre de 2017

40. Los inversos




En la lejana civilización de Himet-Vat son elegidos para gobernar el país los hombres al revés. También se les conoce en los territorios vecinos como los inversos.

Esta élite, asentada en la antaño fértil urbe de Tell-Ogüz, son una mezcla de magos, sabios, artistas y políticos. Las malas lenguas comentan que dicen que son todo pero que no son nada. Y, en efecto, nadie sabe contar de ellos que hayan realizado descubrimientos sorprendentes, que se conozca revelación alguna de sus conocimientos, que hayan creado alguna obra digna de admiración o que realicen eficaces gestiones que hagan avanzar el Estado que rigen. Sin embargo son un modelo para los pobladores, de tal manera que está creciendo cada vez más el número de estos que desarrollan las artes gimnastas de los inversos. Ya no es extraño encontrar por las calles empobrecidas de Tell-Ogüz u otras ciudades a hombres y mujeres, niños e incluso ancianos, caminando con mayor o menor dificultad con los pies para arriba y la cabeza deprimida, casi hundida en el suelo. De tal manera han tomado como ejemplo la actitud de la casta de los inversos que se han vuelto tan rigurosos, incluso algunos viajeros les denominan intolerantes, que sus cuerpos se están deformando. Así parece que los brazos no les sostienen apenas, la cintura se dobla, la columna adquiere la forma de escalones y los pies bailan ridículos y torpes. Es curioso observar que, por el contrario, la cabeza permanece relativamente altiva, no obstante estar algo encogida entre los hombros, pero en cuanto hablan la vocalización es defectuosa, las palabras salen inconexas y las ideas se desgarran tervigersadas hasta límites insospechados. Nadie sabe con certeza qué futuro les depara. Las ciudades estado que rodean a aquellas que pertenecen a Himet-Vat permanecen a la expectativa y ya muchos empiezan a nombrarlas como la civilización de los saltimbanquis, los equilibristas del infierno o, y este término es francamente despectivo, los arrastrados.

Salta la casilla lo antes que puedas, jugador, no vaya a ser que quedes atrapado en la necia cultura que invierte la cultura y te veas en el trance de convertirte en otro hombre al revés.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)



viernes, 22 de septiembre de 2017

39. La voz




Allá dentro está el origen. Allí la llamada. El origen no es un individuo ni una molécula ni un símbolo. Es la emoción de los sonidos ancestrales e imaginarios. La seguridad que da un abrigo. El vértigo de lo que se hace y muta a cada instante. La compenetración de los hemisferios que se reproducen en tantos seres. La voz. Lo que se recibe y cuanto se emite. Trae tantos mundos y significados que los hombres primitivos ya la utilizaron para convocar a otros hombres. También para conjurar los elementos que les azuzaban con crueldad. Tótem y adorno. Laberinto y profundidad. El joven Pneus, que cuidaba cabras junto al acantilado, extraía tales sonidos de aquella cavidad misteriosa a la que mimaba que era requerido por otros pastores. Los nautas perdidos en la proximidad de la costa se salvaban al percibir la música. Algunas tribus belicosas se lo disputaban por el enorme poder que concitaban sus sones contra tribus enemigas. Pero Pneus disfrutaba sobre todo cuando hacía llegar a una joven de la humilde aldea, distante de la choza donde él vivía, aquellos cánticos. Porque no era solamente el sonido, era la intención que el pastor procuraba para hacerle saber a su amada lo que sentía. Se vieran o no se vieran, los amantes se entendían. ¿Cómo puedes saberte correspondido si sólo eres tú quien musica?, le preguntaban los zagales del entorno. Oh, el viento habla por ella y me devuelve sus sentimientos, respondía ufano.




(Ilustración de Artemio Rodríguez)


miércoles, 20 de septiembre de 2017

38. El líder




Munén, el más docto de la tribu superior de los antropoides habló de la siguiente manera. Agitó varias veces el brazo izquierdo, extendió su índice desarrollado, lo alzó indicando el cielo, lo extendió hacia la concurrencia, señaló el suelo. Todos los movimientos los ejecutaba rítmicamente y con afán imperativo. Con una de sus extremidades se sostenía en el principio de la sujeción  y con la otra ratificaba cuanto decía su brazo todopoderoso y hablador. Porque la mímica era lenguaje desarrollado y efectivo entre aquella especie que subía y descendía de las alturas con el mayor dominio y comodidad. Al concluir la disertación de gestos el público primate se agitó en las ramas, danzó sobre el suelo, golpeó los troncos de los árboles en señal de reconocimiento y satisfacción por lo visto y, en menor medida, captado.

Uno de los asistentes destacó un dedo con timidez, un apéndice más bien corto y, a través de ademanes y pausas, preguntó por qué no utilizaba el brazo que siempre mantenía colgado el predicador, como mano tonta, sin ejercitar con ella. Lo tengo reservado para grandes designios, respondió el líder en el mismo idioma, es decir, extendiendo hacia el horizonte el brazo izquierdo, agitando la palma velluda y elevándola lentamente en dirección al sol. Entonces, todos los monos que, aun pertenecientes al mismo género que el sabio, se limitaban a seguir las instrucciones y órdenes que el sumo hacedor proponía, abrieron al unísono la boca y la dejaron de par en par un buen rato. Era el gesto por el que demostraban su pasmo ante el saber del dirigente y ofrecían acatamiento a cuantos consejos y mandatos recibieran de él.

Otro de los enfervorizados espectadores, animado por el ejemplo anterior, se decidió a preguntar. Moviendo una de las manos varias veces deseaba saber qué era eso de los designios y que si tal invento les iba a facilitar la vida. Esta vez el jefe no respondió. Se le encendieron los ojos, gruñó un instante e hizo un ademán con su cabeza a dos corpulentos primates que se hallaban junto a él. Estos bajaron de sus ramas y separaron de la tribu al imprudente que había preguntado. Luego se lo llevaron lejos y todos se miraron comprendiendo que le esperaba un destino poco amable. El líder se recompuso, gruñó varias veces para impetrar silencio y con gran espectacularidad dirigió la mano tonta en dirección a la masa. Algunos quieren saberlo todo, dijo con aquel movimiento impositivo de la mano. La concurrencia, como un solo mono, agachó la cabeza en señal de sumisión.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)  


lunes, 18 de septiembre de 2017

37. El baile endiablado




Sabes dejarte llevar bien, le dice ella. Sabes tomar la iniciativa muy hábilmente, dice él. Cuando yo bailo me gusta conducir el otro cuerpo como si fuera parte de mí, dice la mujer. Cuando me sacan a bailar me gusta que me arrastren a lo imprevisto, responde el hombre. Aquí se invierten todos los papeles, dicen los dos a la vez, y ríen y ponen más ritmo al baile. ¿Sabes que bailar es un juego de aproximaciones y rechazos?, pregunta el bailarín. Lo sé, afirma la bailarina, también de ofrecimientos y de retirada. Y te diré más: aquí los cuerpos llegan más profundamente que si yacieran el uno junto al otro en el ritual del amor. El hombre, sin parar: eso mismo creo yo. Aquí hay un ritmo frenético que viene impuesto por la música, que es como el tercer amante. También opino así, ratifica ella. Y ese amante marca la relación pasajera pero entregada, ¿no crees? El hombre que baila hace ademán afirmativo con la cabeza. La música sube el tono, los instrumentos de la orquesta entran todos en erupción, se impone una velocidad cercana al abismo. Ambos se agitan, las manos de uno se apropian del cuerpo del otro, doblan las piernas, sacuden sus cabezas, se insinúan pero esconden al público, con sus movimientos enloquecidos, la pasión compartida. Fijan, en fin, la mirada con una obscenidad que solo saben distinguir ellos. Cesa la música. Todos les rodean y hacen un coro de aplausos. Estuvo bien nuestro tercer amante, dice él. Fue decisivo, dice ella, mientras agradece a los presentes el reconocimiento.  

¿Que no sabes bailar, jugador? Intenta unos pasos si el dado cae entre los bailarines. No podrás echarlo de nuevo hasta que no ejecutes algo que se te ocurra. Lo más sencillo.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)

domingo, 17 de septiembre de 2017

36. Llamada del origen salvaje




A la llamada, no se sabe si apocalíptica o gloriosa, que solo escuchan ciertas aves las aguas mansas sueltan a las familias que se aquietan en ellas, los estanques a las privilegiadas por la belleza, las granjas a sus crías rollizas. Es la revuelta contra la domesticidad y el retorno al estadio anterior. No es tampoco una involución, pues sus fisiologías no se van a alterar, sino que se van a poner al servicio del ente misterioso que emite el sonido invisible. El eco se extiende por valles y mesetas, se desliza por las costas y repica entre laderas agrestes. Las aves que se habían acomodado desde hace siglos a las venturas y cuidados de los humanos se sienten reclamadas por un olvidado origen. ¿Qué precio pagarán por retrotraerse a una edad más primitiva? ¿Qué tendrán que reaprender? ¿Cuántos desasosiegos no traerá la adaptación a un ámbito que desconocen las generaciones actuales? ¿O no llegarán a ningún lugar, pues la música que las ha hecho partir no tiene una ubicación específica? Entonces tal vez ello suponga el principio de su extinción.

Cuidado, jugador, si el dado cae en este cisne exuberante. También te acecha la seducción de un viaje al principio de tus días. Crees que ganarás pero en realidad apenas conseguirás otra cosa que demorar el recorrido.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


sábado, 16 de septiembre de 2017

35. A saltos



Sube sobre su lomo, jugador loco. No llegarás tal vez a ninguna parte -¿hay que llegar a algún lado?- pero en sus idas y venidas verás mundo. La altura de sus saltos te darán la medida del territorio que te está permitido poseer con el deseo. A través de su agitación palparás la alegría de lo lúdico. ¿No te parece suficiente? ¿Acaso no habías comprobado todavía que tu existencia apenas es un baile de ocasiones que, las cojas o no, son efímeras y quebradizas? Presumas de hombre disperso o de hombre centrado los paisajes no son tuyos y, por lo tanto, nunca podrás decir con propìedad: fui el dueño de tal lugar o  aquel espacio lo creé yo. Aprovecha los saltos que te brinden alegría, que deslicen placeres inesperados, que te envuelvan en el goce de la ternura.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


jueves, 14 de septiembre de 2017

34. Aprendizaje de los animales fantásticos




Muchos seres híbridos quieren ser más híbridos todavía. No solo mezcla de uno o dos animales, sino de animal y hombre, sino de hombre y mujer. Incluso los hay que pretenden incorporar más elementos porque, piensan, cuanta más diversidad exótica haya más enriquecimiento personal se obtendrá. Para ello no dudan en apoderarse de otros seres y extraer aquellos órganos que les interesa añadir a los propios. Si estamos dotados de más personalidades más perfectos seremos, mascullan. ¿Que se quiere galopar y volar? Se mixtifican cuerpo de gacela y alas de águila. ¿Que se intenta sentir como humano y como animal? Se prepara el híbrido de hombre o mujer y de caballo. ¿Qué viene bien ser visible y cuando interese invisible? Hay híbridos que han conseguido ser elefante y a la vez ácaro. Lo admirable del mundo de los seres mezclados es que la idea de utilidad estimula los fines que pretenden lograr. Lo sorprendente es que en ese nuevo ser desaparece el dominante, porque siempre la otra parte sustrae el ímpetu o la soberbia de la parte que pretenda imponerse. En ese sentido, el problema es que hay vidas de las que no se sabe si van o vienen. Si quieren estar o quieren destruirse. Las posibilidades de crecer llevan parejas las de disminuir. 

Un biólogo de la región china de Shaanxi opina que los seres mestizos son más bellos e inteligentes cuanto menos trata de imponerse una de sus dos personalidades físicas. Cómo llegar al equilibrio es producto del azar. Lo importante, dice Han Yi (nombre ficticio de dicho científico), es tener cierta claridad de lo que se desea. No acumular propiedades de otros seres solamente porque se haya visto que en ellos funcionan. A la pregunta de un periodista sobre el futuro que ve a estos híbridos el hombre de Shaanxi responde: hace tiempo que empezó el futuro de los seres mestizos, pero no lo habíamos observado. Compruebe usted el comportamiento de un pretendido humano a lo largo de uno o dos días  -sistema de comidas, movimientos, miradas, organización del sueño, silencios o parladas-   e irá sacando conclusiones sobre los animales que le configuran. Por supuesto, también puede observarse a sí mismo, pero ahí el riesgo es no tener suficiente perspectiva para dar con la clave de su formación. 

Si la cifra de tu dado te ha detenido aquí, elige sin dudar demasiado un modelo de ser fantástico y sigue pulsando la suerte.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)



martes, 12 de septiembre de 2017

33. Estas voces y músicas celestiales



Soy la síntesis de los que me precedieron. Me encuentro en el aedo, en el rapsoda, en el recitador, en el bardo, en el trovador, en el cantautor de la víspera. Y todos ellos, resucitando el pasado, emergen en mí. Recorro caminos donde muchos no se aventuran y me detengo en las aldeas donde las voces y los dulces sonidos no llegan. Soy contratado para los jardines de los filósofos y me detengo en las tabernas de los que consuelan al anochecer sus ásperas jornadas. Acompaño las mesnadas del señor y canto por encargo a las damas que aman los caballeros. Accedo a las estancias de los enfermos y hago llover melancolía sobre las losas de los muertos. Apaciguo las decisiones que toman los comerciantes y suavizo las tertulias donde se agita lo irascible. Llego hasta las aulas de las nuevas culturas y me embarco en las exploraciones más ultramarinas. Me deslizo en el renacer de las modernas ideas y sobrevivo en los cánones donde éstas se repiten o se agotan. Alivio las lamentaciones de los perseguidos y apoyo las causas de los rebeldes. Rebajo las angustias de los penados y elevo las aspiraciones de cuantos anhelan ser libres. Las letras y las músicas se hacen un solo individuo cuando mi garganta y mis manos se conjuran para impulsar la esperanza. Ven, jugador del camino, y escucha mi canción y la melodía del viento que se acuna en mi regazo.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


lunes, 11 de septiembre de 2017

32. Hacia lo cierto a través de lo incierto




Tanta ave entre este cielo y esta tierra, ¿estarán diciéndonos que no dejemos nunca de emprender el vuelo? ¿Tratarán de indicarnos el camino? ¿Invitan a que no nos rindamos? ¿Nos proponen acaso una actitud que desconocemos? ¿Dónde acumulan tanta floritura de su pico y con qué fin? Acaso solamente nos recuerdan que andar el camino  -volar-  es perseverar. Insistir en un rumbo a través de lo incierto. Aguantar el tirón de una dirección cuyo destino lo conocemos pero no lo aceptamos por las buenas. Estimular a que mi yo y tu yo lleguen a algún grado de entendimiento. Soportar los desencuentros de aquí abajo. Perseguir buenamente lo placentero y huir cuanto antes, si se puede, de lo doloroso. Pueden ser tan variados y extensos los mensajes de las aves...

No te pongas de todos modos en sus alas, jugador. Y no precipites tu camino, por muy incierto que sea, pues cuando te llegue el destino cierto ya habrás terminado la partida. La que no se puede ganar nunca.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


domingo, 10 de septiembre de 2017

31. Sáquenme...




Qué oscuro está todo aquí abajo (es el eco el que habla) Plas...plas...plas...(onomatopeya de gotas de lluvia finas que caen con lentitud al fondo) ¿Hay alguien ahí fuera? (nueva voz del eco) Plaf...plaf...plaf...(onomatopeya de gotas más gordas que se precipitan hasta la negrura más honda) No me dejen aquí (el eco y su voz turbia y lejana) Broooom...(onomatopeya de trueno que rebota por la vertical del círculo de piedra quedo) Que alguien me ayude (voz rasgada del eco) Un relámpago se besa con el agua del pozo (la luz no mete ruido) Sáquenme...(el eco quiebra del todo) Sin onomatopeya (el silencio no se representa con lenguaje) 

Aunque es una metáfora de uso frecuente aquella que dice que hay que salir del pozo, lo cierto es que la realidad nunca deparó demasiadas oportunidades de emerger. Quien caía a un pozo resultaba que lo hacía con todas las consecuencias, sobre todo si era profundo o le habían arrojado para que se despeñase. El pozo ha servido, además de para echar el caldero y sacar agua fresquita, para esconder (tesoros, armas, propaganda política) y en eso de ocultar su uso era comparable a los altares de las iglesias católicas. El pozo ha servido para contemplarse los amantes en su agua quieta durante las noches de luna llena. El pozo ha sido útil (qué horror tal utilidad) para hacer desaparecer a los enemigos. El pozo ha sido usado por los ladrones para esperar el mejor momento de asaltar la casa. El pozo nos pide que tiremos una piedra y luego otra y agucemos el oído. También puede exigir una moneda como impuesto que te garantice la obtención de un deseo. Yo de niño tiraba los zapatitos de las niñas de mi vecindad al pozo y me llevaba regañinas. Todavía tengo pendiente bajar a recuperarlos y devolvérselos, pero sospecho que ellas habrán crecido (y no quisiera a estas alturas y a tanta distancia de aquella fechoría que me castigaran de nuevo)

Jugador que el dado te ha traído hasta el pozo. Haz trampa antes de que perezcas en él. ¿No has visto cuánta gente se salva por hacer trampas en esta vida? (O se hunden del todo)



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


viernes, 8 de septiembre de 2017

30. Cogitus




Yo, Homo Cogitus, abrumado por el vacío de mis pensamientos, escarnecido por el abandono al que me someten mis próximos, desgastado por la pérdida de mi identidad, absorbido por la ideología todopoderosa de la publicidad, salpicado por la insalubridad de las doctrinas, atrapado a mi pesar por la sinrazón única y relegado a la condición de materia de detritus me declaro en bancarrota ética. Si bien dando por supuesto que alguna vez se hubiera tenido claro en la historia del zoo humano qué es la rectitud de obrar, la actitud de tolerancia a la divergencia, el afán generoso de compartir y el respeto a la conciencia individual. Habiendo rechazado por lo tanto cualquier nuevo intento de repensar el mundo y en ello de replantearme a mí mismo opto, dentro de los escasos márgenes que me son permitidos, por convertirme en roca o asentarme como raíz de árbol añejo o transfigurar mi vida en cauce fluvial o incrementar las huestes de las energías desatadas de la atmósfera o simplemente resolver mi condición fallida en los ecosistemas de cualquiera de los gusanos que edifican su mundo sin preguntas ni respuestas.  




(Ilustración de Artemio Rodríguez)

miércoles, 6 de septiembre de 2017

29. El hombrecillo y el fuego de la tierra




Hermosa hazaña la del hombre pequeño logrando alcanzar el fuego. No lo inventó, lo recondujo. El hombre siempre tuvo el dragón dentro de sí. Cuando miró con perseverancia los fenómenos naturales, cuando ejercitó su ingenio, cuando transformó sus propias manos en el primer instrumento hábil que iba a crear más herramientas complementarias, el fuego ya estuvo a su alcance. Entonces, la conciencia de poder alterar a su favor una parte pequeña del lado intocable de la naturaleza le hizo crecer. Podía llegar a mayores proyectos. Eran tiempos en que no había medida de tiempo. Hoy el hombre sigue tratando de alcanzar aquella parte del fuego que aún no posee. Es su tendencia tenaz e ilimitada, y en cierto modo lleva camino de conseguirlo. Puesto que aún no ha sido capaz de inventar algo seguro que le permita llegar hasta el sol, ni ha controlado el fondo de los volcanes, ha traído otros soles a su tierra. Los que el hombre mismo ha fabricado. El empeño por su control no oculta la duda del riesgo. No hay animal fantástico o ser imaginario más poderoso que la energía que emana de la tierra y que el hombrecillo sigue intentando tomar en su poder. Y ya no da tanto miedo lo ajeno como lo propio. Porque dentro del hombrecillo su pretensión de capacidad ilimitada le ha hecho fantasear en exceso. No sabe parar ni poner límites. ¿Le devorará la larga lengua de fuego de su engreimiento?



(Ilustración de Artemio Rodríguez)