Bien, jugador, ya has llegado a la tierra prometida. ¿O es el paraíso perdido? ¿O se trata del jardín de las delicias? ¿O solamente y sin pretensiones mayores a la parcela soñada? Mira que digo que has llegado, no que has ganado, pues salvo que consideres la carrera como una competición contigo mismo o contra ti o a pesar de ti (las variaciones son muchas) lo que es seguro es que si perseveras en la existencia sin rajarte habrás alcanzado alguna clase de fantasía que te compense.
El último dado te ha colocado en la casilla idónea y te has librado del castigo de iniciar de nuevo la partida. Porque no deseas emprenderla de nuevo, ¿verdad? Al menos no con las mismas trampas, condenas, falsas promesas y golpes quebradizos sobre tu cuerpo, ¿no es así? Pero ¿quién puede elegir el juego considerándose a salvo de lo que son las manifestaciones de la materia de que estamos hechos los humanos? Y sin embargo, un alma lúdica te impulsa, nos impulsa a todos, a volver a intentar contra reloj el juego para evitar las pérdidas, saltar sobre los abismos, alcanzar lo que no conocimos, desprendernos de las maldades, asegurarnos briznas de bienestar que se van desgajando de nuestra piel.
Míralo como quieras. El Juego de la Oca de Artemio Rodríguez te hizo simular múltiples posibilidades, jugador. Fácil que seas el que corre a la vera de la gran bocanada energética del cráter o el que se apoya a la sombra del árbol de la sabiduría. ¿Todo acabó, que diría el poeta? El juego está abierto, que vocea el crupier.
El último dado te ha colocado en la casilla idónea y te has librado del castigo de iniciar de nuevo la partida. Porque no deseas emprenderla de nuevo, ¿verdad? Al menos no con las mismas trampas, condenas, falsas promesas y golpes quebradizos sobre tu cuerpo, ¿no es así? Pero ¿quién puede elegir el juego considerándose a salvo de lo que son las manifestaciones de la materia de que estamos hechos los humanos? Y sin embargo, un alma lúdica te impulsa, nos impulsa a todos, a volver a intentar contra reloj el juego para evitar las pérdidas, saltar sobre los abismos, alcanzar lo que no conocimos, desprendernos de las maldades, asegurarnos briznas de bienestar que se van desgajando de nuestra piel.
Míralo como quieras. El Juego de la Oca de Artemio Rodríguez te hizo simular múltiples posibilidades, jugador. Fácil que seas el que corre a la vera de la gran bocanada energética del cráter o el que se apoya a la sombra del árbol de la sabiduría. ¿Todo acabó, que diría el poeta? El juego está abierto, que vocea el crupier.
(Ilustración de Artemio Rodríguez)