sábado, 28 de octubre de 2017

55. El hombre de las espinas




¿Quién dijo que la vida era un camino espinoso? Aquel hombre que vivió tantos años en el pedregal siempre había dicho que no era árido el suelo sino fértil. Se convirtió en abanderado del paisaje. Recorría toda su superficie de sol a sol, se alimentaba de la raíz tierna a la que solamente él sabía llegar, se echaba la siesta a la sombra de un cactus gigante, inspeccionaba cada planta, registraba cada especie, cuantificaba las crecidas y las que iban naciendo. No había secretos para él y la amplia familia de cactáceas se le entregaban con sumo placer. Biznagas, cactus, echeverias, nopales, chumberas, nada se le resistía en su afán por reconocer la belleza que perseguía no solo en su porte sino en su configuración oculta. Cuando las aves que todo lo supervisan y catan se le acercaban solían mantenerse en la prudente y reconocida distancia que un rey exige del mundo que le rodea. Si acechaba una tormenta buscaba el saliente de una roca, se empequeñecía como un lagarto y permanecía a la espera de que capease la llovizna. 

Al empezar a hablarse en la región de aquella especie de hombre cactus hubo personas que intentaron localizarlo. Las plantas le ponían en aviso si se acercaba algún explorador y él se transformaba acoplándose a la planta que tuviera a su alcance. Cuantos le buscaron regresaron sin información de su existencia real, pero la gente siguió comentando. Puesto que lo que los hombres no llegan a ver lo traducen en leyenda o rumor los habitantes de las zonas desérticas restaron importancia a la supuesta existencia de aquel ser híbrido y especial. No obstante, las madres lo utilizaban de excusa para impedir que los niños, incluso los adolescentes, se alejaran en exceso de su aldea. No vayas más allá de la linde del pueblo, les decían, puedes convertirte en un hombre de las espinas. Sin embargo hubo casos de jóvenes, anhelantes de aventuras y prosperidad, que se aventuraron. Nunca volvieron. De ellos se contaba que el hombre espinoso les había capturado o que las cactáceas les habían clavado sus afiladas garras para nutrirse con sus humores núbiles. Cuando en una ocasión una madre que ya se había olvidado del hijo recibió una carta desde New York pensó que era una broma. Ni se inmutó.




(Ilustración de Artemio Rodríguez)



2 comentarios:

  1. El final del cuento me parece muy definitorio. Conozco una "Espinosa", literal pero le agrada sustituir la s silbante por la z interdental. A veces a consecuencia de su mala memoria pierde su peine de tres puas por cualquier parte, entonces se peina con los dedos mientras existan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tuve un amigo Espinosa, pero ser profe de griego no le garantizó ni siquiera una larga vida sexagenaria, pero era muy divertido. No hay como los dedos para peinarse, es un uso muy noble y nada cutre respecto a otros usos de señalización externa con los mismos.

      Eliminar