lunes, 28 de febrero de 2011

La llamada



Salir al camino y llamar a los extraviados te lo tomas como vocación. ¿Y si ellos quieren seguir sus propias direcciones? ¿Por qué convertir en reflejo de tu ilusión la marcha de los otros? Tu verdad puede ser eufórica, pero no necesariamente acertada. Y cada alma quiere percibirse a sí misma probando suerte. Concita la atención sobre el mensaje. Y deja que el sentido impere libremente. Sin aspavientos.  


domingo, 27 de febrero de 2011

Ofrecimiento



Dar para sentirse satisfecho. Aunque lo que se ofrezca sea minucia. Se mide el valor de la proporción. ¿Sin nada a cambio? No. Hay siempre algo. La satisfacción, el sentirse agradecido, la sonrisa obtenida. Acaso sea un encuentro entre corazones dadivosos.


sábado, 26 de febrero de 2011

La espera



Te aúpas entre la expectación y la espera. Y en ese difícil equilibrio te mantiene más el ritmo que la claridad de lo que pretendes. O el objetivo está demasiado elevado o eres excesivamente pequeño. Pero las posiciones nunca permanecen en un mismo punto. 


viernes, 25 de febrero de 2011

El ansia





Eres todavía viento. Pero estás a punto de llegar. Deslumbrado por la meta propuesta no sabes libar el sabor de la calma. Estás ocultando con tus cabellos flamígeros el camino a los que vendrán detrás.

lunes, 7 de febrero de 2011

Rasgaduras (y 5)



Pero la luz no quiere ser cautiva de los dramas de los hombres. Vuela, se expande, busca lo ilimitado. O al menos persigue otros límites menos enredadores, donde pueda ser acogida sin que las telarañas de los humanos la envuelvan y la desvirtúen. Ella nunca les faltará, su generosidad está fuera de duda. Mas también su independencia, su arraigado sentido de la manifestación permanente. Regida por imperativos diferentes, flota como única razón de ser. Y mientras la órbita en que giran los planetas no varíe, mientras la estrella incandescente no se rinda, ella pertrechará con su fruto el mundo de las mil vidas. Desembarazada del capricho de los pequeños habitantes de allá abajo, traza su espiral liberadora.  


jueves, 3 de febrero de 2011

Rasgaduras (4)



Aquellas raíces del cielo obraban como horquillas. Manos invisibles aventaban en el amanecer signos rigurosos. Nada estaba por hacer. La monotonía instalada en la vida de los hombres no adivinaba otra suerte. Y sin embargo nada era lo mismo. Aquella apariencia de que todo permanecía daba seguridad a los pobladores de la tierra. Fuera o no fuera la realidad percibida de la misma manera por todos, cada vida  aferraba para sí la medida de un tiempo. Un día más. Haber llegado a un alba cuyo despunte no quedaba registrado con el mismo dibujo que el día anterior. Cuántos habitantes se levantarían para no acostarse de nuevo por la noche. Cuántos palparían lo oneroso en su cuerpo. Cuántos palidecerían por las manifestaciones cambiantes que arrugaban sus entrañas. Solo tienen garantizadas las risas los niños. Asomarse a la ventana y contemplar el tejido vegetal que absorbe luz. Toda la luz para el suelo, grita la gran madre.  



miércoles, 2 de febrero de 2011

Rasgaduras (3)



No se desplaza la luz sino la senda. La inestable base que sujeta nuestros pies y amortigua la aspereza con que la vida pone a prueba cada día. Se desplazan las aguas subterráneas, y el magnetismo que polariza los ritmos de todo lo existente, y las raíces que hablan lenguajes ocultos, y la floresta y el vacío de los árboles desnudos, y el piar que ha migrado hacia otros paisajes. Y en ese movimiento, que no depende de que se mire o no se mire, los seres se sienten tocados. Tibias mañanas de luz de invierno. Tamizan más que los objetos. La visión de las cosas, la aparición de lo recóndito, la revelación de los enigmas. Esta luz que hace crecer, aunque no se agradezca con las frágiles palabras de la especie. Da igual esperar a los frutos. La senda no para y es bueno sentirse en ella.

martes, 1 de febrero de 2011

Rasgaduras (2)




Y entre la luz y la mirada, los hilos de la tierra. Esas estructuras de los árboles que nos parecen inmensas apenas son filamentos frente la penetración de la luz. Sin embargo,  los ramajes se van tejiendo afanosamente sobre nuestras cabezas. Mas siempre hay un punto donde el vigor del día atraviesa el mimbre. La luz nos nutre pero también nos ataca. Adoración por los días en que el pulso entre ella y la naturaleza que hay bajo su reino establece un equilibrio tenue. La mirada humana se vuelve entonces tan mortecina como la luz. Impregna los ánimos y encoge las expresiones. Todo resulta más calmo. Las nuevas civilizaciones, que no cesan de generar ruido, se amodorran un poco. Hay ojos que desprenden pesadumbre, sonrisas congeladas y gestos recogidos. Nada es aparente. Los rostros se vuelcan en el asfalto. Sólo los más decididos siguen invocando la bondad del cielo.