Clarea lentamente el día. No soy el único que ha abierto los ojos. Mi amigo Bolom, que es desde niño un verdadero hermano, no se ha quedado atrás. Pero él no es tan contemplativo. Si otea el horizonte y mira al cielo, ambos tan aparentemente imperturbables, es para saber si será oportuno avisar a los demás y coger las armas. Los días pueden parecer iguales pero hay que escuchar antes la voz de la sabana, invocar los espíritus favorables, intuir los peligros que la naturaleza oculta. Es un especialista práctico. Ni mis oídos ni mi vista ni mi olfato van a la zaga de los suyos, pero mi afán es diferente. Él me entiende y me defiende ante los juicios de los demás. Para compensarlo suele decirme cuando estamos a solas: entiéndeme también tú a mí.


No hay comentarios:
Publicar un comentario