lunes, 8 de febrero de 2010

Zigzags

No es que haya olvido de la morada del principio. Es una fijación que permanece acuática. Las ondas a través de las que el movimiento empieza a ser menos incontrolado y más selectivo. La apariencia de la dispersión de los reflejos esconde una distensión. La necesidad de ir tomando posesión del entorno. Lo que más adelante será imperceptible es ahora fundamental. El elemento de la comprobación y del ir más allá. Los objetos aunque se nos muestran más grandes son más definidos. Nuestros ojos los ven en su desmesura pero también nos incitan a tentarlos. Las manos palpan volúmenes y se sienten seguras. Aunque no acierten a ubicarlos con precisión. Ese zigzagueo nos acerca lo que hay fuera de nosotros, lo que abunda y no acabamos de saber que no es propiamente nuestro. Habrá que operar otros saltos antes de que desarrollemos el tacto de la mente, que toca las cosas de otra manera. Que las posee de una manera novedosa. Poco a poco queremos someter lo exterior. Pero aquello que incide desde todas partes sobre nuestro cuerpo se nos escapa. El frío, el viento, el corte acuciante en el estómago, el aullido en la noche, la humedad que escuece entre nuestros muslos. Entonces es cuando esa seguridad que creíamos ir afirmando se quiebra de pronto con efectos disonantes. Y somos el arroyo aún leve que sin otras aguas paralelas no podría subsistir.


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