viernes, 26 de febrero de 2010

Alternancias

Por qué se pasaba de la claridad de unos días a los reflejos turbios de otros era inexplicable. Qué era lo común y qué lo extraordinario no se podía discernir. Cuándo las sombras tomaban el relevo a lo transparente no era elegible. Por qué la misma materia podía ofrecer rostros tan dispares sobrecogía. Qué hacía que cualquiera de sus manifestaciones llegara a nuestros sentidos y los alterase carecía de respuesta. De qué manera las tinieblas que se sucedían a las luces iban siendo asumidas por el hombre que crecía nunca se averiguó. Al fin y al cabo todo lo que se iba viendo se iba comprobando. Todo lo que emanaba olor se percibía. Todo lo que rozaba el cuerpo arriesgaba al tacto. El rumor del bosque era la otra voz que llegaba a nuestros oídos. Y las voces del hogar se ahogaban cuando no se agitaban o se descomponían chirriadamente. Como la umbría quebrada y las luces escondidas, las voces del entorno podían arrullar nuestros cuerpos o atravesarlos con la desazón. Y en aquella inestabilidad la vida se fue haciendo.


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