jueves, 3 de febrero de 2011

Rasgaduras (4)



Aquellas raíces del cielo obraban como horquillas. Manos invisibles aventaban en el amanecer signos rigurosos. Nada estaba por hacer. La monotonía instalada en la vida de los hombres no adivinaba otra suerte. Y sin embargo nada era lo mismo. Aquella apariencia de que todo permanecía daba seguridad a los pobladores de la tierra. Fuera o no fuera la realidad percibida de la misma manera por todos, cada vida  aferraba para sí la medida de un tiempo. Un día más. Haber llegado a un alba cuyo despunte no quedaba registrado con el mismo dibujo que el día anterior. Cuántos habitantes se levantarían para no acostarse de nuevo por la noche. Cuántos palparían lo oneroso en su cuerpo. Cuántos palidecerían por las manifestaciones cambiantes que arrugaban sus entrañas. Solo tienen garantizadas las risas los niños. Asomarse a la ventana y contemplar el tejido vegetal que absorbe luz. Toda la luz para el suelo, grita la gran madre.  



2 comentarios:

  1. bellísimo texto, hablar de las raíces del cielo y ver en ellas horquillas, todo parece igual y sin embargo... asocio con el personaje de Cigarros (paul auster en el guión)que sacaba una foto del mismo sitio todos los dias a la misma hora para registrar el cambio que de otro mpodo hubiera resultado imperceptible. todo parece estar allí y el marco fijo da seguridad, y sin embargo nunca es el mismo marco...

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  2. Gracias por pasar por aquí, Vuelo. (O vol de nuit?) Das en el clavo. Nunca es el mismo marco, ni el mismo cuadro. Las cuatro estaciones desvelan distintos episodios de los árboles, de la luz y...de nuestra mirada.

    Nosotros mismos somos diferentes en cada estación y en cada ciclo anual.

    Es la maravilla del movimiento continuo.

    Cordial, rosarina.

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