viernes, 3 de noviembre de 2017

58. Mi viva imagen




Una vez conocí a una calavera que jamás había tenido carne puesta. Nunca me he ocultado tras un cuerpo, me dijo en voz baja. Y eso que me han dado a elegir muchas veces. Me han ofrecido un rostro ingenuo, otro seductor, otro convincente. Me ofrecían tonos luminosos de pelo, pieles tersas, músculos de sonrisa fácil, frentes amplias o carrillos regordetes. Pero no me decidí por ninguno, todos me parecían máscaras. No me lo creo, le dije yo, porque salta a la vista ordinariamente que una calavera es tal después de la carne, nunca antes. Pero cuando una calavera te habla con tranquilidad y no sabes si te cuenta sus penas o sus alegrías, ya que las calaveras conocen ambas situaciones emocionales, tienes al menos que escucharla. Yo insistí. Una calavera es lo que queda tras haberse eliminado la piel, perdidos los ojos, desechos los músculos y los tendones, fugado el cabello y aniquilado las ternillas. Sí, sí, me respondió ella mientras ambos tomábamos unos vasos de mezcal. Eso me dicen las calaveras que han tenido una cara. Pero lo mío, una de dos, o es una mala ventura o se trata de algo que aún tengo pendiente de experimentar. Deja la puerta abierta a las posibilidades, le dije para animarla. Aunque ella no estaba deprimida en absoluto porque para estar desanimado hay que tener una referencia anterior que luego se pierde. Y, como si adivinara mi pensamiento, la calavera insistió con voz prudente: yo no sé qué es perder, porque tampoco sé qué es tener. Nací calavera, me mantengo calavera, moriré calavera. Entonces me di cuenta de que su papel era como el del reflejo en un arroyo manso o como la reproducción en un cristal. Que estaba puesta ahí para que cada viajero de la vida se contemplara en ella o como el fogonazo de una foto instantánea no del pasado sino del futuro. A uno le cuesta imaginarse como tú, aunque se adelgace hasta extremos que solo la vejez depara, le dije. Pero la calavera sonrió sombría, como era su costumbre. ¿A que te has dado cuenta de que soy tu viva imagen?, me soltó al despedirnos.




(Ilustración de Artemio Rodríguez)


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