miércoles, 10 de marzo de 2010

Desvirtuación

Todos los elementos van introduciéndose en su vida. Y él los tantea, toma confianza con ellos. Llegan de todas partes. Pero solo presta atención a los que le aportan placer o curiosidad satisfecha. Aquella luz, cambiante pero intensa. Los reflejos nítidos, que confirman la destreza sobredimensionada de lo vertical. La descomposición de las formas sobre el agua cuando algo las altera. El calor, que expande los comportamientos. La lluvia agradable, aunque se presente entre la agitación del cielo. Los sonidos que extienden ecos armónicos por la ribera y lenguajes mixtificados entre los cultivos. Para él la vida es fácil y más en ciertos momentos. El riesgo de que no lo sea siempre asoma. La turbiedad puede anegar la transparencia del curso de los días. Empieza a sospechar que un trozo de ladera que se desprenda puede encenagar las aguas. No entiende por qué tiene que suceder. Ni qué mecanismos conducen al fenómeno. Oye palabras lejanas que se vuelven virulentas y entrecortadas. Presencia gestos que separan a los que hablan. Observa silencios entre los que antes gesticulaban. Es lo mismo que sucede sobre la superficie de su arroyo querido. La arboleda adquiere una actitud demudada. Un extraño mutismo paraliza el bamboleo natural de las ramas. No corre aire. Algo oscuro tiene lugar entre la gente de la proximidad. Y él lo relaciona con la capa que empaña el espejo donde se mira. Va a saber que la pureza es un don casual, nunca permanente. Deberá tenerlo en cuenta.


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