...te entregas al placer pausado de la contemplación, escudriñas cada gesto de sus facciones, atiendes los movimientos débiles para que un cambio de postura no perturbe el cortejo al que os entregáis, aspiras la acritud de su sudor, incluso lo saboreas, revuelves las ondulaciones de su cabello, sabes que no debes esforzarte en él, que solo debes dejarte llevar por ti misma, no quieres que él inquiera sobre ti y menos verbalmente, lo deseas espontáneo, no importa si hay torpeza porque esta también te estimula, no le quieres sabio sino solamente animal, y abres toda tu animalidad secreta para que él se desborde en ella rompiendo prejuicios e impericias
(Imagen de Inés González Soria)
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