domingo, 1 de octubre de 2017

42. El montículo de los recovecos




Visto desde lejos el montículo de Karmansur asemeja un zigurat. Barabán, geógrafo del siglo IV antes de nuestra era, ya la menciona como la ciudad de los recovecos. Incluso se habla de que fue habitada por una legión de artífices que no se sentían comprendidos en otras ciudades del reino de Selomán y decidieron fundar una urbe concebida expresamente para poder desarrollar en ella las creaciones que les viniera en gana. 

En contra de lo que se ha pensado en tiempos modernos, el arte no era inicialmente un ejercicio pacífico ni de entretenimiento. El arte era un uso y estaba al servicio de intereses de encargo, aunque siempre haya habido también manos y cerebros que expresaran por su cuenta y para su satisfacción visual. En la ciudad de los recovecos se habían recluido precisamente aquellos artífices que se sentían libres de compromisos, que no deseaban enriquecerse ni servir a señor alguno. Y que como mucho solo aplicaban su imaginación a trabajos que favorecieran el suministro para satisfacer las necesidades de los ciudadanos. 

No sucedía lo mismo con otros hacedores de técnicas e ingenios cuyas creaciones se ofrecían al mejor postor. Emperadores, ejércitos y mercaderes de armas solicitaban las obras de numerosos oficios que no eran aceptados en la ciudad que hubo en Karmansur. No se ha sabido jamás si fue por envidias entre artífices o para apoderarse de conocimientos o por iniciativa de gobernantes que esta otra clase de artistas decidieron organizar la invasión y toma del tranquilo núcleo de Karmansur. 

Deteniendo la actividad ordinaria e interrumpiendo el cumplimiento de los pedidos se pusieron en marcha hacia la ciudad de los artistas pacíficos pensando en el pronto retorno. Sus intenciones eran destruir aquellas obras de adorno que hallaran por el lugar, apoderarse de información y llevarse cautivos a los artistas más jóvenes, después de haber cortado las manos a los más experimentados. Pasaron varios días y las fuerzas vivas de las ciudades del reino de Selomán, principalmente las más activas y belicosas, empezaron a preocuparse porque no volvían sus artífices. Transcurrieron nuevas jornadas y toda la actividad industriosa y laboral de las urbes permanecía en situación crítica. Se organizó un ejército que diera con el paradero de Karmansur pero los geógrafos al servicio del rey y de los nobles de las ciudades estado no sabían con precisión dónde se hallaba situada la ciudad, por lo que el ejército tuvo que volver a su punto de partida. 

Nunca se desveló el misterio de qué fue del destacamento de artífices que había ido a apoderarse de Karmansur. ¿Se había extraviado por el desierto? ¿Les había salido al encuentro, cosa extraña, fuerzas de la pequeña ciudad porque ésta ya estuviera avisada de las intenciones funestas de sus enemigos? ¿Llegaron a penetrar en la ciudad y se perdieron entre sus recovecos, calles que subían de improviso o descendían por sorpresa hasta zonas hondas? ¿O hubo un pacto secreto entre creadores que habitaban allí y los que llegaban por el que estaban decididos a abolir todo signo de la utilización de la creación artística para actividades destructivas? 

No habiendo pruebas más concluyentes el asunto nos ha llegado como leyenda. Tú juega el dado y escapa antes de que se te cierre la salida del zigurat.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


2 comentarios:

  1. "abolir todo signo de la utilización de la creación artística para actividades destructivas"... buena estrategia, pero igual, no creo que hayan logrado desviar el rumbo de la historia, en donde la bestialidad se ha impuesto casi siempre a las sutilezas. Lamentablemente.
    Sigo admirando tu creatividad. Un abrazo

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    1. Muchas veces he reflexionado sobre la belleza artísticamente que puede tener un arma. Se sabe que era o es para matar pero hay espadas hermosísimas o arcabuces estilizados, o un castillo, sin ir más lejos, que en España abundan,en fin, el arte aplicado a diversas utilidades. El botón nuclear...de momento lo que se ha visto en fotografías no contiene belleza estética alguna.

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