viernes, 20 de octubre de 2017

51. El rugido de la fiera y el lord inglés




Según un viejo cuento oral de los Ao Lai, que habitaron la región thai bañada por el Mekong,  los tigres de las zonas más profundas de la manigua manifestaban una extraña relación con los fenómenos naturales. Así, cuando se desataba una tormenta los animales se mostraban primero cohibidos, buscando refugio, a veces inútilmente, para luego enloquecer en apariencia y a continuación ponerse a dar furibundos rugidos a diestro y siniestro. La leyenda aclara, o es su interpretación, que los animales se crecían con un instinto inteligente, casi racional, plantando cara a los truenos y a los relámpagos con su voz estruendosa, dirigiendo zarpazos al aire y en ocasiones agitando los troncos de aquellos árboles más débiles, a los que desgajaban su corteza. Que no se cruzara entonces en su camino de mal humor ningún otro bicho de la selva porque, si bien se respetaban territorios, la circunstancia del temporal provocaba que cualquier otra especie fuera vista por los tigres como componente de la furia desatada del cielo. 

Los depredadores humanos que trataban de hacerse con las piezas más valiosas de tigres para su cautividad o para exponer la piel en las mansiones lujosas de la metrópoli colonial, procuraban ponerse a salvo ante la proximidad de una tormenta. Uno de aquellos cazadores, el orgulloso británico Lord Edward James, bien inducido por el whisky de la noche o por la chulería propia de quien se sabe con buenas rentas en su país de origen decidió salir en busca del animal en un amanecer que alboreó calmo y que acabó cubriéndose de nubes amenazantes. Se despistó a propósito del resto de la expedición y se arriesgó a emprender la aventura en solitario para mayor gloria de su narración futura entre las gentes de la buena sociedad londinense. 

Permaneció desaparecido cuatro días. Todos le daban por muerto, cuando un thai de la zona lo halló desnudo, con el cuerpo magullado, la cabellera desigual, la barba crecida, dando saltos sobre el suelo cargado de humedad. No serían sino huellas consecuentes y normales de haber pasado a la intemperie tantas horas, si no hubiera sido que el bueno de Lord Edward James no paraba de emitir rugidos, golpear su cabeza contra los troncos y dar manotazos por doquier, mientras danzaba frenético. Tuvieron que atraparle con una red, como a los animales más salvajes. Cuando le preguntaban qué le había pasado, dónde había estado o qué había visto, él solo respondía con rugidos de mayor tono y con gestos desesperados de alta intensidad.

Lord Edward James estuvo internado en un hospital importante de Pattaya. Cuentan que se repuso de los desperfectos visibles de su cuerpo, que logró hablar normalmente y cuando fue dado de alta no se advertía muestra alguna de su metamorfosis anterior. Salvo en una circunstancia. Bajo ningún concepto debía permanecer en el lugar donde se produjera una tormenta. Por lo que siempre tuvo un vehículo a su disposición, dispuesto a ponerse en marcha y huir de la cruel naturaleza. Los malintencionados comentaban en el Parlamento del Imperio que un tigre se había apoderado de él, como experimento para adentrarse en el mundo de los humanos.

Si caes en esta casilla, jugador de la Oca de Artemio, y observas que viene un frente nuboso inquietante no demores tu partida. Salvo que prefieras arriesgar tu palabra por el rugido.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)




2 comentarios:

  1. Ingeniosa narración. Mira que ser inglés y no sevillano, ya es mala pata!

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    1. Ve a saber, igual lo era pero haciéndose pasar por inglés. Flamenco, desde luego, y así quedó.

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