domingo, 29 de octubre de 2017

56. El brujo y el hombre desdichado




Casi todo el mundo recurría al brujo para cualquier cosa, menos un hombre cuya vida acumulaba más desdichas que el resto de sus vecinos. Tú que lo necesitas más que nadie ¿por qué no acudes a él? le decían. Para qué voy a ir, respondía, si lo que viene mal dado no tiene cura, por mucho que lo intente. Lo que nadie sabía era que las desgracias que se cebaban en aquel hombre se las había traspasado el brujo.

Había un pacto secreto entre el brujo y el hombre desdichado. Tú sobrellevas las cargas que yo vaya quitando a los vecinos que vienen a verme, le propuso el brujo, y a cambio hago lo posible por que tu vida sea larga. El hombre había aceptado el ofrecimiento, pensando que vivir por vivir siempre es un aliciente, aunque le sucedan las cosas más inesperadas y calamitosas. Cuando las cargas que le iban cayendo eran livianas, del tipo de una deslealtad conyugal, el hombre lo soportaba bien. Nadie debe padecer sino lo justo por la intromisión de un hombre o una mujer nuevos en la vida del otro. No hay que ver gravedad en esa clase de asunto, hay situaciones más desventuradas. Pero cuando un mal de salud que padeciera algún vecino le era trasladado a él a través de la acción del brujo, el hombre del pacto no levantaba cabeza, se recluía en su casa, blasfemaba todo el rato y sentía la opresión y la agudeza del mal como el mismo vecino al que el brujo había aliviado. Solo desaparecía en él aquella situación cuando el vecino enfermo se moría, porque el brujo sustraía los efectos de la enfermedad, pero no la reducía a cero. No tenía poder sobre la muerte. 

Cierto día el hombre desdichado sintió una opresión que le recorría de pies a cabeza, sin saber si era consecuencia del deterioro de sus órganos o malestar de sus emociones. Si se tocaba en alguna zona intermedia se producía una mezcla de dolor y de angustia que iba en aumento. Si alejaba sus manos del cuerpo le parecía que perdía la sensibilidad. Si se detenía un rato no era capaz de ponerse en marcha de nuevo. Cuando recurría al pensamiento para poner en orden sus días percibía un vacío, como si su mente se hubiera desalojado de todo tipo de recursos. No entendía que pudiera cronificar tantos padecimientos a la vez. Puesto que se sabía mantenedor de un convenio con el brujo se reunió con él para indagar si se trataba de un mal delegado desde otra persona o era algo incubado por él mismo. El brujo, sorprendido, le dijo que precisamente los últimos días no había acudido nadie a consultarle y que no sabía qué decirle. Entonces el brujo temió que el hombre desgraciado hubiera iniciado el camino de la muerte y se sintió benévolo. No puedo permitir que además de lo que le ocurre, discurrió para sí, se ceben en él nuevas preocupaciones o enfermedades de otras gentes. Te exonero del pacto que hicimos, le dijo al hombre. No te aseguro una vejez larga pero al menos dejarás de verte afectado por dolencias y perversiones que no sean las tuyas propias. Al pronto, el hombre que había hecho con el brujo aquel extraño pacto sintió que recuperaba su bienestar anterior, no obstante el desgaste de los años. Ahora podré venir a visitarle libremente si algo me va mal, le comentó al brujo. Ven cuando quieras, le respondió éste, pero no te garantizo que la desgracia que traigas contigo se la pueda cargar a otro. No importa, dijo el hombre, he estado tan agobiado de cargar con los problemas ajenos que el cuerpo me pide sentir los propios. Así veré la diferencia.

Este pobre hombre no sabe que no hay grandes diferencias en el dolor y la angustia de los hombres, pensó el brujo. Y esbozó una sonrisa ácida mientras su antiguo aliado se daba la vuelta.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


2 comentarios:

  1. Un relato muy interesante.

    Parece surrealista, pero no lo es...

    Felicitaciones

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  2. Ve a saber; disculpa mi tardanza en responder.

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