lunes, 16 de octubre de 2017

49. Albricias




Diríase que es el hombre triunfante. Aunque no lo es. Acaba de descubrir que para vivir ha nacido y acaso no está tan lejos de adoptar el disfraz que su condición social le exija. El hombre que se cree triunfante salta, da gritos discordes, ríe y llora alternativamente de emoción. Agita sus extremidades, con unas impulsa la velocidad del cuerpo, con las otras acompasa el ritmo. Su cuerpo entero es una exhibición a través de la cual va distinguiendo su propiedad principal: el ego. Su cabeza no da de sí todo lo que se espera de la cabeza de un hombre triunfante. De hecho, aún no le concede sino la apariencia de que algo situado sobre los hombros pretende regir una carrera indeterminada. El ego ya trabaja antes de que se edifique dentro de su testa el resto. Eso que los otros vivientes llaman la razón, el pensamiento lógico, el discurso, la causalidad y los efectos varios que se irá encontrando en su carrera cotidiana, entre otros conceptos. Así que el ego va sabiendo de alegrías pero también de disparates, de placeres instintivos pero también de dolores inesperados, de admisiones pero también de repulsiones. Por supuesto, el ego ya es suficientemente intenso como para desdeñar lo que no le gusta y para afianzarse en la dulzura del aire que respira a todas horas. Late el engaño, como suele suceder en todos los hombres, y no solo en el triunfante. Pensar que siempre va a ser así, que siempre va a vivir porque para eso nació. Si su clamor de guerra es ¡Albricias! dejémosle que disfrute. Hay algo que le disculpa de su pose soberbia. Su victoria de hombre naciente y triunfante no es todavía una victoria sobre otros o a costa de otros. En todo caso lo es sobre la naturaleza del vacío de donde proviene o sobre la capacidad de resistencia al territorio que llega. ¡Albricias!, hombre triunfante. Aprovecha ahora que no sospechas de lo que es  capaz la conjunción de los astros.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


6 comentarios:

  1. Ese término incrementa la alegría verbal.

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    1. Lo aprendí en los tebeos de mi infancia. Y pensar que nuestros padres nos quitaban los tebeos porque decían que no estudiábamos...Pues mira lo que consiguieron.

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  2. Toma! a mi ni me los compraban. Sin embargo mi hijo hacía colección de Pulgarcitos. La niña que fui se los leía a borbotones en pascua en casa de mis primos. Mi favorito el Capitán Trueno. Jaaj el arquetipo desde la infancia, pero esas son otras cuestiones que me guardo.

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    1. También era mi adalid. Las causas guerreras y salvadoras (Goliath, Crispín y Sigrid eran valores añadidos y simpáticos) nos atraían mucho. ¿Te sentías Sigrid? Pero en general todos los tebeos nos atrapaban, incluso Hazañas bélicas, que eran de alto nivel dibujante.

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  3. Me gustaba la generosidad y la valentía propiciadas por el marco romántico. Nunca me he identificado con nadie, mi propia lucha me impedía considerar identificaciones. Había que salir del "hoyo" con mis padres en la mochila. Una infancia terriblemente complicada que como al resto del mundo ha debido marcar una existencia.

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    1. La lectura de los valores que, a contrapelo de aquel tiempo estricto, nos proporcionaban compensación. Los tebeos fueron educación (Vázquez Montalbán la llamaría sentimental, yo creo que no solo, pero ya era mucho) y adentrarse en los bosques del lenguaje escrito e icónico.

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