miércoles, 23 de agosto de 2017

19. El hombre abatido




Un hombre descansa o huye. O acaso hace ambas cosas. Un hombre está abatido y repiensa su vida. Un hombre ya no espera porque se le pasó el tiempo de hacerlo. Un hombre contempla de mala gana el paisaje exterior porque el íntimo se le ha venido encima como un cataclismo. Dicen que los paisajes son más bellos después de los desastres, lo cual es una verdad dudosa: nunca sabremos cómo eran antes de que la tierra cayera sobre la tierra y el cielo ocultara la luz durante un tiempo y las aguas cambiaran un curso oceánico para tornarse en hielo. Tal vez el hombre desconsolado que se ha refugiado en un triste hotel de carretera medite en todo ello como manera de elevarse sobre sus desdichas. Nadie pasa por delante del edificio y el hombre se percibe más ausente. Nadie llega para hospedarse y el hombre teme que tanta soledad le pierda. Una luz: el decaído se rebela contra la tentación de justificarse por la carencia de otras presencias. Deja de apoyarse en la baranda, se desliza por los pasillos del hotel, registra las habitaciones numeradas vacías, baja y sube de nuevo hasta la azotea. Es como si el servicio hubiera abandonado a la carrera el lugar, mientras el frescor se crece entre las corrientes de las puertas abiertas de par en par de los cuartos. Aire: aquella ventilación sacude al hombre y él implora al viento para que aleje de sí los turbios pensamientos.

Jugador: ¿cuánto tiempo piensas aplazar tu salida del hotel? Paga la cuenta y ponte en marcha, antes de que no puedas luego continuar con comodidad la ruta de la oca sabia.



(Ilustración de Artemio Rodríguez)


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